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Saberes de ida y vuelta

El conocimiento transita por una serie de caminos que permiten que se vaya estandarizando y, a la vez, que se vaya construyendo. Cuando Colón y las expediciones ibéricas posteriores llegaron a América se produjo un intercambio de conocimientos que no estuvo exento de problemas y de momentos más o menos complicados. La concepción que los europeos tenían de sí mismos como conquistadores, nuevos poseedores de los territorios desconocidos y salvadores de las almas de la población de estas tierras marcó la base sobre la que se construirá la mayor parte de la historiografía y aún sigue vigente en muchas de las miradas que se tienen sobre la historia de América. En el caso concreto de la historia de la ciencia, como en las otras historias, para saber cómo se transmitieron entre los dos mundos los conceptos científicos es de mucha utilidad saber cómo han viajado y circulado los objetos involucrados en la epistemología científica.

Con la llegada a América se rompe la centralidad del mundo conocido hasta ese momento para los europeos, que intentan trasformar las nuevas tierras y a sus gentes a su imagen y semejanza para poder controlar las materias primas y someter política y culturalmente los territorios. Para lograr este objetivo, las monarquías hispánicas utilizaron las formas, las estructuras y herramientas conceptuales que se manejaban en Europa para la clasificación y, con ella, la comprensión del Nuevo Mundo. El trasiego de materiales y de conocimientos era continuo entre los dos continentes y otras tierras de ultramar por lo que se dice que en el siglo XVI se produjo la primera globalización o la mundialización ibérica. Este es un concepto desigual desde su inicio puesto que la cultura y el conocimiento que homogeniza es solo es que tienen su base en Europa y se concibe esta globalización como una estandarización de los modos culturales europeos. Pero los intercambios de conocimientos no se realizaban únicamente entre la metrópoli y las colonias sino también había flujo de saberes entre las propias colonias, sin pasar por Europa, o con imperios extranjeros. Es el caso del trasiego de plata desde México a China, realizado por comerciantes mejicanos sin el conocimiento de la administración colonial. Para Ryan Crewe (2017) estos intercambios con otros continentes distintos al europeo nos tienen que hacer reconsiderar el lugar que ocupaba América latina en la historia global ya que, estos contactos directos debilitaban el poder y la influencia de Europa en América. El autor considera que estos intercambios de conocimiento son elementos deseuropeizadores por lo que la circulación de los conocimientos se dio de manera global y mestiza entre todas las tierras conocidas. Pero nos cuesta hablar de globalización como tal, ya que entendemos que, para ello, tanto los usos científicos como los materiales tenían que haberse extendido de una manera más homogénea por todos los territorios. A pesar de que las órdenes religiosas procuraron que esta globalización al menos fuera religiosa y, al cabo de los siglos lo lograron, en el caso de los saberes científicos y en el siglo XVI no creemos que pueda hablarse en estos términos de manera general.

El otro concepto que está en uso para hablar de la trasmisión del conocimiento es el de circulación. El propio término ya nos sugiere algo líquido, que fluye y penetra en varias capas. Algo que no para y se mueve de manera constante y sin encontrarse con trabas en el camino. Pero sabemos que esto no ocurre así normalmente. Hay altibajos en todos los procesos, con rápidos éxitos y descensos lentos, o repentinas derrotas. Herramientas o ideas que, en muy poco tiempo penetran y se consolidad y otras que necesitan décadas o siglos para ser introducidas. Para José Pardo es importante enfocar la circulación del conocimiento en toda su complejidad. La circulación, dice, se ha convertido en una mera etiqueta historiografía en la que se entiende que los saberes fluyen sin ninguna traba y de manera ideal, pero esto no es así. En el mundo del siglo XVI había un poder político colonial y un poder cultural que actuaban como antagónicos y los dos influían en aquellas personas que se dedicaban a la ciencia.

La historia de las técnicas y de las ciencias se muestra solo en clave europea e ignora de forma sistemática y planificada todo aquello que no entra en sus cánones, es el concepto de asimetría de la ignorancia que propone Chakrabarty (2000). A pesar de la revisión actual de la historiografía y de la creciente corriente que niega la validez del concepto de revolución científica, este sesgo europeísta aún está presente al hablar de la historia de la ciencia en América Latina. Se asume aún la superioridad del pensamiento europeo del XVI frente al indígena y, aunque se ha comenzado a revisar esta idea, esta revisión todavía no ha penetrado lo suficiente como para que exista una transformación en la manera de comprender la historia de la ciencia global. Es necesario aún realizar un esfuerzo para incluir los conocimientos locales con sus relatos y sus objetos, así como las voces de los intermediarios locales para poder llegar a entender qué ocurrió en realidad. Es necesario describir los instrumentos y los lugares de paso que permitieron el contacto y la circulación del conocimiento para crear una historia de la ciencia en América Latina, una historia que no es fluida, como sugiere el término de circulación, sino con sus valles y montañas. Por eso elegimos el concepto de movimiento del conocimiento frente al de globalización o circulación. Porque el propio concepto de movimiento lleva intrínseca la inestabilidad, el poder cambiar de rumbo, los acelerones y las marchas lentas. En el movimiento hay flujos de personas y de materiales, de herramientas y de saberes que se mezclan y cambian para no volver a ser iguales nunca.

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