Comenzamos 2023 marcando el 1 de enero temperaturas superiores a 20º en varios puntos de Europa. Hemos continuado igual. El mes de abril ha sido el más caluroso y seco en España desde que se tiene registro con un valor de 3º por encima de la media registrada. La pérdida de biodiversidad también avanza. Cada vez son más visibles los efectos de la actividad humana en el clima de nuestro planeta, y es un peligro para el futuro de la humanidad. Y, paradójicamente, esto ocurre cuando la esperanza de vida es la mayor de toda la historia: nunca se ha vivido más años y en mejores condiciones gracias a los desarrollos en medicina y otras ciencias. Ante este peligro climático, los cornucopianos piensan que la tecnología puede resolver los problemas que presenta nuestra sociedad.
Esta escuela de pensamiento está integrada por pensadores contrarios a T. Malthus y a la Ilustración cuando afirmaban que el crecimiento incontrolado de la población agotaría los recursos. El ideólogo principal es el economista Julian Simon y científicos como Fred Singer, en EEUU, o B. Lomborg, en Europa, aportan también sus trabajos al movimiento. Son conscientes de que ahora hay más seres humanos en el planeta que en tiempos de Malthus y consiguen prosperar, según ellos, gracias a los adelantos tecnológicos y científicos que se han ido produciendo.
Para que estos adelantos puedan surgir es necesario, afirman, que exista la libre competencia de mercado y, así, florezca la innovación que aportará beneficios para todos. Según los cornucopianos, el estado tendría que mantenerse al margen de cualquier regulación de los mercados porque ésta se convertiría en contraria al desarrollo científico. Esta defensa a ultranza del estado neoliberal la realizan incluso sabiendo que es una falacia, puesto que muchos avances técnicos cruciales fueron inventados antes del surgimiento del capitalismo o por gobiernos centralizados y autoritarios como el de la URSS.
Poner la esperanza solo en la ciencia y en sus respuestas puede llevar a creer que la solución podría ser la geoingeniería. Esta posible salida al problema es una respuesta cómoda de aquellos que no quieren cambiar el sistema. Se trata de trasladarlo a la comunidad científica y que esta desarrolle soluciones tecnológicas que, influyendo sobre la captación de las radiaciones solares e intentando secuestrar el CO2 de la atmósfera, modifiquen los sistemas planetarios a escala global. Consiste en intentar solucionar el problema sin pensar en las posibles consecuencias a largo plazo, solo en los beneficios cortoplacistas que se pueden obtener. Este tipo de soluciones tecnológicas casi “mágicas” han sido muy criticadas por E. Morozov en su obra La locura del solucionismo tecnológico.
El futuro se diluye delante de nuestros ojos. Se nos presenta como algo incontrolable por nosotros ya que, o bien desaparece y se extingue, u otras personas pondrán soluciones desde la tecnología. Ante este panorama de crisis, podemos tomar dos posturas para salvar nuestro futuro: la inacción, al pensar que es demasiado tarde para cambiar nada, o bien, como propugna Emma Harris, intentar que la emergencia climática sea importante para la ciudadanía y así convertirla en importante para la política y que desde ella puedan avanzar los cambios. Harris piensa que siempre se puede hacer algo y que nunca es demasiado tarde, aunque no se pueda salvar todo. En cambio, si elegimos la otra opción, la de la no actuar, ¿qué sentido tendrá vivir en un mundo sin futuro?
Fuentes
Oreskes, Naomi y Conway, Erik; Mercaderes de la duda. Madrid: Capitán Swing, 2018.
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