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Comprendiendo la historia de la ciencia en el Nuevo Mundo


En el siglo XVI, cuando se produce el primer contacto continuado entre ambos continentes tras la llegada de Colón, el concepto descubrimiento es el que desde Europa se maneja para entender la relación con aquellos lugares desconocidos hasta ese momento para ellos. En el contexto de la Edad Moderna europea, el descubrimiento es una proeza que raya la heroicidad en la que se hace visible algo que no existía antes o que, por lo menos, no se conocía. Esto es el continente americano para las coronas ibéricas. Por su puesto, este concepto de descubrimiento tiene que ver bastante con el eurocentrismo y también con un sentimiento de superioridad por parte de los descubridores. Esta superioridad les llevará a pensar que son sus nuevos poseedores y es desde Europa desde donde se otorga valor a lo que venga de las nuevas tierras, tanto objetos, como seres vivos y desde donde se ordena y cataloga todo para conseguir comprenderlo y homogeneizarlo según el concepto de su mundo europeo. El eurocentrismo también tiene algunas ventajas. La mayor de ellas es conseguir unificar todo el mundo conocido bajo un mismo sistema lo que facilita su estudio y comprensión de la misma manera en todos los lugares. Esta idea de descubrimiento está muy relacionada con la construcción de la ciencia moderna y también con la consolidación de Europa occidental como el centro y el motor de esta historia y la de la ciencia. El descubrimiento de América consolida el eurocentrismo y la ciencia europea se constituía como ciencia universal única ciencia que existía.
Si tenemos en cuenta los pensamientos de Wittgestein sobre este concepto, el pensador no estaba de acuerdo con este tipo de proclamación de un descubrimiento por parte de unos pocos individuos, las monarquías. Para él, antes de que un descubrimiento pueda ser proclamado individualmente es necesario que lo descubierto sea reconocido como tal, como novedad no conocida antes y que es aceptada ahora por la colectividad. Así, los descubrimientos son procesos sociales y sus descubridores se convierten en descubridores colectivos. En el caso de América decir que Colón la descubrió es inexacto. Primero, porque Colón no sabía que había descubierto nada y, además, esto no hubiera sido posible sin la obra o ayuda de reyes, cartógrafos, políticos, o de los integrantes de su expedición, por poner algunos ejemplos. Por no comentar, además, que el continente ya existía antes de que Colón llegara a él y, por supuesto, estaba habitado y tenía su propia historia. Este concepto de descubrimiento es especialmente cuestionado en estos momentos, puesto que supone una relación de poder entre el descubridor y lo descubierto, una relación desigual con héroes salvadores e indígenas salvados que menosprecia a los “descubiertos”.
Para intentar equilibrar esta visión desigual es necesario dar voz no solo a los europeos descubridores si no, también, a los pobladores originales del continente. Para intentar ser más equitativos se habla de encuentro entre dos mundos. Esta narrativa historiográfica es difícil de llevar a cabo ya que las voces de los indígenas no son escuchadas a través de sus propios testimonios sino desde el lado de los europeos que recogieron sus palabras ya que, en la mayor parte de los casos, no existe fuente escrita nativa.

Otros historiadores emplean el concepto de invasión para describir la llegada de los europeos a América y su conquista, destacando sobre todo el carácter violento de la llegada. Este tipo de visión minimiza el aporte cultural y el intercambio de ideas que tuvo lugar en aquellos momentos entre las dos partes. Por eso surge otra corriente historiográfica que es la que nos habla de construcción o invención de América. En este sistema vemos las deficiencias de los anteriores, pero surge un nuevo problema que es la reducción de todo un continente a un constructo social europeo sin particularidades ni geográficas, ni naturales, ni culturales distintas. Además, es un punto de vista también dicotómico. Hay alguien que construye, normalmente los europeos, y alguien construido o inventado, los americanos.
Basándonos en la etimología latina de comprender (entender completamente, apropiarse de algo) se ve cómo las prácticas científicas y las técnicas asociadas al descubrimiento y la conquista son unas formas de apropiación muy poderosas. Comprender es un acto de apropiación, de coger algo que no nos es conocido y hacerlo familiar y de incorporarlo y asumirlo. En este proceso son activos tanto quien recibe y transforma cómo quienes aportan los nuevos datos.
Si hay un nuevo mundo quiere decir que existe un viejo mundo, por lo tanto, es un concepto que resulta de la exploración del nuevo orden geográfico del globo terrestre. Los viajes de exploración con sus inventarios de nuevas especies consolidaron la diferencia entre Europa y el resto del mundo conocido. El nuevo mundo fue más comprensible gracias a la ordenación que realizaron de él y esto lo hacía más accesible para los conquistadores europeos. Las expediciones científicas y de catalogación fueron muy importantes ya que cambiaron la visión ptolemaica de la geografía terrestre.
Los viajes de Colón despertaron la curiosidad y el interés de otros viajeros europeos de comerciantes y por supuesto de otros reinos que querían conocer a sus habitantes y su cultura y también su fauna y flora. Los productos impresos (libros, mapas, láminas…) tuvieron mucho que ver en la rápida asimilación por numerosos viajeros a ambos lados del océano de los conocimientos. Y no solo hablamos de conocimientos geográficos, sino también de todas esas novedades que se estaban encontrando en las expediciones. Los Atlas se convirtieron en las mejores maneras de viajar. Era impensable que una persona pudiera estar en todos los lugares geográficos descritos en esos mapas pero sí que podía conocerlos a través de la cartografía.
El proceso de nombrar al continente también es interesante. Al darle nombre, se colocaba al mundo conocido en un nuevo orden cosmológico al entrar un nuevo elemento en él. El nombre no debía ser ambiguo y tenía que ser ampliamente aceptado. Este proceso de nominalización es interesante puesto que, por un lado se construye, pero por otro se integra lo nuevo en lo que ya conocíamos pero también se subordina de Europa hacia América. En aquel momento no era tan importante conocer unas nuevas tierras como el hecho de ser los descubridores, sus poseedores. En numerosos grabados y estampas de la época Europa es representada por símbolos de cultura y América por los de la naturaleza. A veces aparece como una mujer desnuda dormida, esperando a que lose exploradores europeos la despierten. Es la dicotomía entre lo salvaje y lo civilizado, entre la ciencia y su objeto. En algunas ocasiones se puede entender que el viaje América es un viaje hacia el pasado bárbaro e incivilizado de la propia Europa. Los colonizadores tienen que conocer y catalogar lo desconocido de ese continente para poder domar la naturaleza y transformar lo salvaje en cultura. Para ordenarlo es necesario clasificarlo y esto se hace desde el punto de vista propio de la ilustración europea. Así se consigue homogeneizar, conocer y controlar la nueva fauna y flora. La clasificación y catalogación va a ser fundamental a la hora de poder explotar los recursos de las nuevas tierras. La labor de Gonzalo Fernández de Oviedo y de Celestino Mutis fue fundamental para poder lograr este dominio de los nuevos especímenes. Todos los grandes imperios han intentado ordenar el mundo para poder conocerlo mejor, pero también como manera de saber qué y cuánto de cada cosa poseían y así saber cuán grande era su riqueza. Los reyes europeos no perdieron la oportunidad de catalogar sus nuevos bienes para poder sacar provecho de ellos. Pero, para Mauricio Nieto, comprender es también clasificar y nombrar por lo que estos trabajos no solo sirvieron para su propósito inicial sino también para la propia comprensión del continente y de su contenido.

Fuentes
Mauricio Nieto. "La comprensión del nuevo Mundo: Geografía e historia natural en el siglo XVI." El Nuevo Mundo: Problemas y debates. Bogotá: Universidad de los Andes (2004).

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