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El buen uso de la ciencia. Fritz Haber y Clara Immerwahr

La historia de la familia Haber es una historia que habla del bien, del mal y de la química. No de la química entre el bien y el mal, ni de la que hubo entre los dos personajes principales, que también podría ser, si no de la química como ciencia capaz tanto de salvar como de acabar con las vidas de millones de personas.

Clara Immerwahr y Fritz Haber nacieron con dos años de diferencia (1870 y 1868) en Prusia. Ella era la hija pequeña de una familia de granjeros y él pertenecía a una antigua y conocida familia de comerciantes judios de Breslau (actual Worclaw, en Polonia) a pocos kilómetros de donde la familia de Clara tenía sus tierras. Ambos tenían inquietudes científicas, en concreto les apasionaba la química. En el caso de Fritz, esto no supuso ningún problema para su pudiente familia que lo envió a Berlín a la universidad, ya que pensaban que cursando estos estudios podía ayudar en el negocio familiar que era el comercio de tintes. Clara, en cambio, lo tuvo más complicado, ya que, al ser mujer, no podía acudir a la universidad y, a pesar de haberse formado como maestra, tenía que conformarse con ser institutriz. En 1891 Fritz Haber se doctoró en química en la universidad de Berlín y tres años más tarde fue nombrado para el cargo de asistente en del departamento de Tecnología Química y de combustibles de la Universidad técnica de Karlsruhe. Mientras tanto, Clara esperó a que se permitiera a las mujeres poder acudir como oyentes a la universidad en 1896 para empezar a asistir a clases de química. Su empeño fue tal que en 1898 fue la primera mujer que aprobó un examen universitario y en 1900 también fue la primera mujer que se doctoró en química en Alemania. A partir de sus doctorados, tanto Clara como Fritz, se dedicaron a la investigación y a escribir artículos científicos y Clara, además, a dar clases en escuelas femeninas.

Se conocieron cuando él ya era un científico con una carrera en ascenso y ella estaba terminando su doctorado. A pesar de que Fritz la pidió en matrimonio, ella no aceptó porque sabía que la vida de casada terminaría con sus estudios. Quería seguir estudiando, a pesar de que era consciente de lo difícil que era para una mujer hacerse un hueco en la ciencia. Un tiempo más tarde, siendo ya Clara doctora, se volvieron a encontrar y esta vez aceptó la proposición de Fritz Haber. Se casaron en 1901 y se trasladaron a vivir a Karlsruhe, donde Fritz investigaba la síntesis del amoníaco a partir del nitrógeno y del hidrógeno gaseoso. A estas investigaciones se dedicaba después de haber afianzado su carrera estudiando preparaciones electroquímicas de compuestos orgánicos, haciendo estudios pioneros sobre el electrodo del vidrio y sentando las bases de lo que después serían los medidores de PH.

Los estudios de Fritz Haber desde 1898 estaban encaminados a lograr un compuesto soluble al agua que sirviera como fertilizante, aportando nitrógeno a las tierras de cultivo. La población mundial estaba creciendo y los alimentos se cultivaban lejos de las zonas pobladas y los suelos no se beneficiaban del aporte de nitrógeno y otros nutrientes del estiércol producido al alimentar a los seres vivos. El ciclo de la materia orgánica no se cerraba y esto llevaba al agotamiento de las tierras de labor. Para paliarlo, las grandes potencias europeas emprendieron una costosa carrera por colonizar remotas islas en el Pacífico que les proveían de guano, excremento petrificado de aves marinas, focas o murciélagos muy rico en fósforo, potasio y nitrógeno y el mejor fertilizante conocido para lograr volver a tener suelos fértiles que produjeran cosechas abundantes. Con anterioridad a estos viajes colonizadores, el fertilizante más utilizado era el logrado después de triturar huesos. Para poder conseguirlos, llegaban a matar cantidades tremendas de animales pulverizando después sus osamentas o, incluso, robaban momias y vandalizaban osarios.
Fritz Haber descubrió cómo conseguir nitrógeno asimilable por las plantas y cómo producirlo de forma industrial por medio de la reacción conocida como Haber-Bosch lo que lograría que millones de personas a partir de entonces pudiesen ser alimentadas. Clara Immewahr ayudó a su marido en sus estudios para conseguir el fertilizante y tradujo al inglés sus trabajos, pero la crianza de su hijo y las normas sociales de la época le impidieron seguir sus propias investigaciones y eclipsaron su carrera científica mientras la de su marido ascendía de forma imparable.
En los años que precedieron a las Gran Guerra los descubrimientos de Fritz Haber tomaron un nuevo rumbo. Los distintos países, a pesar de haber firmado un acuerdo de no proliferación de armas, fueron desarrollando en secreto armamento químico y Alemania encargó a Haber el estudio de la posibilidad de lograr gases lacrimógenos y otros gases tóxicos. Sus cálculos y experimentos para hallar la fórmula del tiempo preciso para lograr la muerte con sus gases fueron todo un éxito y en 1916 se le nombró jefe del servicio de guerra Química de Alemania. Clara, que era una humanista y pacifista convencida, no estaba de acuerdo con el desarrollo del trabajo de Haber y se lo reprochaba a menudo, encarándose y haciéndole ver que la ciencia debería servir para el progreso de la humanidad y no para su exterminio. Pero Fritz Haber en más de una ocasión declaró que “en tiempos de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempos de guerra, pertenece a su país”. Su mujer, en cambio, creía que lo que Haber estaba haciendo era una perversión de la ciencia. Además, Clara sufría pensando que todo lo que había ganado su marido en esos años ella lo había ido perdiendo, su carrera científica frustrada y su felicidad conyugal con alguien con quien ya no compartía las mismas bases éticas.
El 22 de abril de 1915 las tropas alemanas pertrechadas con gas lanzaron el primer ataque contra las tropas francesas en Ypres. Fritz Haber fue testigo de como una nube tóxica se acercó a las trincheras y mató a más de 5.000 soldados, así como a toda forma de vida a su paso. Al regresar a casa tras la victoria el gobierno le concedió el rango de capitán y, antes de partir de nuevo al frente, se organizó una fiesta en su honor. El horror de Clara por este mal uso que estaba haciendo su marido de las investigaciones en las que ella misma había participado y colaborado le resultaba terrible. Era consciente de que esta batalla de Ypres era la primera de muchas más batallas con gases tóxicos que producirían miles, si no millones de muertos. Clara se enfrentó a Haber echándole en cara su falta de ética y el haber traspasado los límites morales que nunca ninguna aplicación de la ciencia debería traspasar. Fritz Haber, convencido de que lo más importante era lograr la victoria sin tener en cuenta los medios la acusó de traidora a la patria. Clara Immerwahr, incapaz de soportar el peso del papel de su marido en las muertes que estos descubrimientos habían producido e iban a producir se mató disparándose con el revolver del recién nombrado capitán. Fritz Haber abandonó al día siguiente de la muerte de su esposa su casa rumbo al frente, dejando a su hijo de 13 años, Hermman, que había sido testigo del suceso, solo al frente de las exequias de su madre. Este episodio nunca lo superó Hermman y acabó suicidándose igual que su madre.
Fritz Haber recibió el premio Nobel en 1918 por sus trabajos para lograr fertilizantes químicos. Trabajó en Alemania hasta 1933 desarrollando el gas Zyklon, tristemente conocido por ser el usado en las cámaras de gas para el holocausto. En ese año, los nazis prohibieron a los científicos judíos trabajar y huyó a Inglaterra, donde no fue bien recibido y de ahí viajó a Israel donde murió en 1934 a los 65 años.
Fritz Haber, a pesar de haber recibido un premio Nobel y que sus descubrimientos hayan dado de comer a millones de personas, no es recordado como un científico brillante si no como un criminal de guerra, como el padre de la guerra química. Siempre se le recordará por el uso malvado y terrorífico que hizo de la ciencia y por cómo, deliberadamente, utilizó sus conocimientos para causar la muerte y la destrucción. Clara Immerwahr, en cambio, se convirtió tras su suicidio en un modelo, el adalid de la crítica contra el mal uso de las investigaciones científicas. Se la recuerda como una mujer valiente y adelantada a su época, con un talento eclipsado por las circunstancias y el momento que le toco vivir, pero tan íntegra como para intentar luchar y parar lo que consideraba que era una abominación dando su vida por ello.
Cien años más tarde la figura de Clara sigue siendo recordada y reivindicada y existe un premio Clara Immerwahr para la prevención de la guerra nuclear y otro otorgado por la Unifying concepts in Catalysis que premia desde 2011 a jóvenes mujeres científicas que investiguen sobre catálisis.

Si te ha gustado tienes otro post sobre el tema aquí.

Fuentes




Labatut, Benjamín El verdor terrible 2020 Editorial Anagrama




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