Aproximadamente cada dos años nos sentimos obligados a cambiarnos de móvil. Lo que hace solo 24 meses era la última y revolucionaria tecnología de comunicación del mercado se convierte, de pronto, en un objeto sin valor. En realidad, sí que lo tiene, pero es un valor negativo en esta sociedad: la obsolescencia, la vejez. Nadie quiere ser o parecer viejo en esta llamada sociedad de la innovación. Un objeto tan usado en la actualidad se ha llegado a convertir en una reafirmación del lugar que queremos ocupar en el mundo. No es lo mismo tener un IOS que un Android, uno nuevo que uno reacondicionado… nuestros móviles hablan de quienes somos y a qué aspiramos, como dice Jill Lepore (2014) “puede que nuestro mundo no sea mejor, pero al menos nuestros aparatos son cada vez más nuevos”.
Cada época histórica tiene su momento álgido y también su momento de caída. La cultura occidental se ha regido en los últimos siglos por distintos conceptos que parten de la idea de progreso del siglo XVII a la de evolución en el XIX para llegar en el XX a la idea de crecimiento, que viene a completarse en el XXI con la de innovación. La invención del telégrafo primero, del teléfono por hilo después y de los primeros móviles y, más tarde, de los actuales smartphones son el ejemplo de una sucesión de innovaciones técnicas, algunas de ellas disruptoras, que siguen este modelo de cambio y mejora sobre lo anterior. Pero, cuando ahora cambiamos nuestro móvil ¿es porque nos va a aportar una mejora? Dejando a parte cuestiones como la obsolescencia programada, tendremos que contestar que en absoluto. Quizás se haya modificado en algo alguno de los componentes para que funcione mejor, pero la mayoría de las veces, estas mejoras son casi imperceptibles para los usuarios. A este tipo de mejoras no podemos llamarlas innovación. Innovación es novedad, pero también cambio y valor que se construye sobre lo anterior.
Los cambios de uso de los teléfonos que hemos vivido los últimos veinte años nos han aportado ventajas, pero ¿han contribuido al progreso? ¿nos han ayudado a avanzar hacia un estado mejor que el anterior, más desarrollado? Es probable que no se pueda responder con un sí o un no, a estas preguntas ya que los cambios que se han producido por el uso de estos dispositivos y sus tecnologías asociadas son muchos y heterogéneos. Unido a la innovación se encuentra el crecimiento constante que se liga al desarrollo. Según la creencia general, un país o empresa que no crece no se desarrolla y no progresa. Pero ¿podemos seguir creciendo y progresando siempre? La idea de progreso e innovación continua está detrás de todos los desarrollos que sabemos han contribuido al calentamiento global. Ese cambio continuo que nos propone es lo contrario al decrecimiento, receta que se ofrece para intentar paliar la crisis climática.
La idea de base de la que parte la sociedad de la innovación es que cualquier tiempo pasado es mejorado por el actual que, a su vez, será mejorado por el futuro pero, ¿y si eso no es así? ¿y si solo se trata de una huida hacia adelante sin saber a dónde vamos? No se puede generalizar, pero, me temo que en el caso de algunos desarrollos tecnológicos esto se podría acercar a la realidad.
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