Ya han pasado cuatro años desde la última vez que votamos ¡qué rápido transcurre el tiempo! Esas personas que han sido nuestros representantes en las instituciones durante esta legislatura han ideado planes para mejorar la vida de las personas a las que gobiernan, unos planes que han podido implementar en esos cuatro años pero que ahora, en el caso de que no revaliden sus mandatos, están en peligro de continuidad. Es difícil hacer política que trascienda a los periodos electorales y esto aboca a los proyectos al cortoplacismo. Aunque a veces se consigue trascender esos cuatro años. Cuando se aprueba un nuevo desarrollo urbanístico, con un nuevo barrio o la creación de grandes infraestructuras, es necesario pensar más allá, pensar a medio y largo plazo para poder realizar una planificación correcta. Así que no es cuestión de que no se pueda pensar más allá. Quizás los políticos que han decidido construir un viaducto no estén en ejercicio cuando se pueda transitar por él, de la misma manera que quienes construían catedrales sabían que ni ellos, ni probablemente si quiera sus hijos, acudirían en ellas a los oficios religiosos.
El poner el foco en el legado que se dejará para la posteridad a casi desaparecido en nuestra sociedad y es una lástima, ya que podría ayudarnos a afrontar los desafíos actuales con una visión más amplia. En su libro El buen antepasado, Roman Krznaric nos propone el ejercicio de pensar en la celebración del 90 cumpleaños de uno de nuestros hijos. Cómo es el mundo en ese momento, cómo son las gentes que le rodean y, lo más importante, qué creemos que dirían si hablaran de nosotros, ¿habremos sido buenos antepasados? ¿habremos respetado su futuro? Este pensamiento se puede generalizar, ¿qué pensarán de nosotros las generaciones futuras? ¿Qué mundo les vamos a dejar? Hay que pensar más allá de las siete próximas generaciones para poder resolver los problemas sociales, económicos y ambientales actuales sin colonizar su futuro. Y eso, según Krznaric, es posible hacerlo desde el actual sistema democrático, con esfuerzo. La mayoría de las propuestas no surgen de la política sino de la ciudadanía, por ejemplo, el otorgar el voto a las generaciones futuras creando incluso partidos políticos que tengan como objetivos la descolonización del futuro. Hemos hipotecado el futuro, lo hemos colonizado por pensar solamente en nuestro bienestar y no en las consecuencias a largo plazo.
Es posible que la democracia ayude a fomentar este pensamiento catedral, descolonizador del futuro, siempre y cuando sea consciente del problema, sea más participativa y nos pongamos en el lugar de nuestros descendientes. Para poder hacerlo, Krznaric propone incorporar la reflexión a largo plazo en la política, algo que ya está ocurriendo en algunos lugares donde empieza a nacer lo que llama la democracia profunda. Es un rediseño de la democracia actual basado en cuatro principios: los custodios del futuro, las asambleas ciudadanas, los derechos intergeneracionales y las ciudades estado de gobierno autónomo. Se trata de incluir a toda la sociedad, incluso la aún no nacida en las decisiones políticas. Son acciones que ya están en marcha, como los ministros del futuro en Gales, las asambleas ciudadanas en Irlanda o las de Desing Future en Japón u organizaciones como Our children´s trust en EEUU. En muchos lugares se está estableciendo un nuevo dialogo ciudadano que favorece a la democracia profunda y hace que políticas que en otros momentos eran aceptables ya no lo sean si se miran a largo plazo. Es posible que esto lleve mucho tiempo, pero, si queremos pasar a la posteridad, será mejor hacerlo como buenos antepasados.
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