Al hacer historia de la ciencia en muchas ocasiones se comete el error de narrarla a través de hitos, con figuras heroicas puntuales y sus descubrimientos, sin temer en cuenta que la ciencia y el conocimiento se construye de manera colectiva y continua. El caso de la aportación de las mujeres al conocimiento científico es difícil de evidenciar ya que desde la antigüedad su labor ha sido silenciada, por no decir, además, que su contribución no era del interés de los historiadores (masculinos siempre) de la ciencia. Las aportaciones de las mujeres a la ciencia no eran tenidas en cuenta tampoco por sus contemporáneos, y eso a pesar de que ilustres mujeres de los siglos XVIII y XIX favorecieron y ayudaron gracias a su posición social a numerosos intelectuales y sabios a través de su mecenazgo. El papel de las salonieres durante la Ilustración fue fundamental para reunir a numerosos pensadores y científicos de la época y favorecer el intercambio de ideas. Pero lo hacían desde el papel que la sociedad les otorgaba, el de anfitrionas amables y, aparentemente, frívolas. No es que ellas no hicieran ciencia y no intentaran divulgarla, es que los máximos responsables de las instituciones científicas ni siquiera contestaban a sus artículos y cuando, como en el caso de Laura Bassi lograban impartir clase en una universidad como la de Bolonia, se negaba que lo hubiera hecho, a pesar de que existieran pruebas documentales de ello. Por eso muchas de ellas preferían que sus notas y estudios se presentaran de forma anónima ya que, si lo hacían con su nombre, condenaban a sus trabajos a ser ignorados o a ser robados y que un varón se los atribuyera. No es extraño que entre tanto silenciamiento sistemático del papel femenino en la ciencia lo hicieran de esta manera como una forma de protegerse, ya que el papel de pensadoras dañaba gravemente su reputación. Así que, en ciencia, igual que en literatura como decía Virginia Wolf, también durante muchos siglos, anónimo era mujer.
Annette Laming-Emperaire fue una arqueóloga francesa de origen ruso que realizó investigaciones innovadoras y trascendentales para estudiar el significado del arte paleolítico. También dedicó gran parte de su vida a la prospección arqueológica de Sudamérica descubriendo en 1975 el fósil humano más antiguo del continente. Nació en Petrogrado, actual San Petersburgo, en octubre de 1917, en pleno estallido de la revolución rusa. Su familia huyó de allí hacia Francia donde se establecieron en París. Annette empezó a estudiar filosofía y biología en la universidad hasta que la Segunda Guerra Mundial le impidió continuar sus estudios. Durante la contienda, se dedicó a la enseñanza y entró en la Resistencia para luchar contra los nazis. Se fue a Alemania para colaborar en la ayuda a los prisioneros en los campos de concentración y allí estaba cuando terminó la guerra. Cuando volvió a París se matriculó de nuevo en la Sorbona, pero esta vez para estudiar arqueología. En 1946 entra a formar p
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