La tecnociencia como actividad transformadora de la realidad tendría que tomar en cuenta algunos aspectos sobre el género a los que no presta especial atención. A pesar de ser una actividad relativamente nueva, la tecnociencia repite viejas desigualdades. Se hace necesario identificar patrones androcéntricos y formular interrogantes, pero también pensar en qué ciencia y qué tecnología queremos y quienes queremos que la hagan. Esta construcción colectiva que es la ciencia debe revisarse incluyendo el enfoque de género y aplicándolo no solo a la producción final, si no también, a la forma en la qué se hace, dónde se produce (tanto instituciones como la propia sociedad que la envuelve), quién y cómo lo hacen y por qué se elige realizar esas investigaciones.
En el caso de la importancia de la educación para favorecer vocaciones científicas femeninas, a pesar de que las leyes en este terreno apelan a la igualdad, en la práctica ésta apenas aparece en el currículum escolar. Sería también objeto de estudio qué otros factores inciden en la elección de estudios por parte de las mujeres y, también, las normas de acceso a las carreras de ciencias que, aunque tienen buenas intenciones, suelen pensarse desde el paradigma de la debilidad. No se entiende por qué las jóvenes que se han educado en un modelo que se pretende no discriminatorio y en una supuesta igualdad de oportunidades, que manejan igual que sus compañeros la tecnología y las ciencias son reticentes a estudiar y ejercer ciertas carreras. Es quizás el peso de los estereotipos sociales amplificados desde los medios de comunicación y asumidos por instituciones y por los grupos sociales (familia, amistades, comunidades educativas…) los que pesan en esas tomas de decisión y en el rumbo de sus carreras. Todo lo que rodea no solo a la actividad científica incluida su dimensión social y económica debe ser tomado en cuenta y estudiado para detectar enfoques androcéntricos y poder actuar con enfoque de género.
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