Para las mujeres siempre ha resultado más difícil tener una carrera científica. Podemos tomar el caso de Rosalind Franklin como ejemplo. Entre los obstáculos que esta mujer encontró el primero lo halló en su propia familia cuando su padre se opuso, en un principio, a pagarle sus estudios en Cambridge. Además, su formación en la universidad se hizo de la manera especial que en ese momento se hacía con las mujeres, no era igual que la de los hombres. Más tarde, cuando entró becada en el King’s College, su colega Wilkins creyó que lo hacía para ser su asistente y no para su verdadera misión que era organizar una unidad de difracción de rayos X. La labor de las mujeres en la ciencia era vista igual que la que tenían en la sociedad de la época, siempre supeditadas al hombre en cuestiones tan básicas como el lugar de sus comidas, que no podían hacerlas en las mismas salas que los demás investigadores o tampoco podían disfrutar de sus salas de descanso. Con todo eso, se perdía la posibilidad