Las personas, al comunicarnos, usamos los términos que se refieren a conceptos abstractos creyendo que compartimos un mismo significado y hablamos de lo mismo. Pero cuando esos términos son muy amplios entra en juego nuestro bagaje personal (cultura, educación, origen, vivencias...) para otorgarles matices que, quizás, no sean compartidos del todo por nuestros interlocutores. ¿Es posible que cuando hablamos de cultura científica ocurra esto? ¿Puede ser que lo que yo concibo desde mi formación de historiadora, mis aficiones por el arte y la música que es la cultura y la ciencia sea diferente a lo que entiende por ello una persona con formación en física y que le interesen los deportes? Parece que el concepto general es común para ambas, por eso nos entendemos, pero quizás es en los márgenes donde podrían existir las divergencias.
He realizado una búsqueda de definiciones sobre cultura científica y este tipo de diferencias también han aparecido. En algunos casos se identifica como un conjunto de conocimientos superficiales de las ciencias y de sus teorías y también se incluyen en la cultura científica los hábitos, comportamientos y actitud de los receptores hacia la ciencia y también la tecnología. Se parte de la idea de que la cultura científica abarca tanto la manera de producir el conocimiento que nos hace entender el mundo, como a las personas que participan en el proceso y a los saberes finales. En este caso, aunque se define bastante bien el contenido de la cultura científica, no nos habla del objetivo de la misma. En la definición que dan sobre ella en la Unidad de cultura científica de la Universidad de Cádiz se enfatiza la finalidad de la cultura científica como conjunto de conocimientos no especializados que permiten desarrollar un juicio crítico sobre distintos aspectos científicos. Como se puede apreciar, no son definiciones excluyentes sino complementarias y sumatorias. En la primera abarca todo el proceso de creación del conocimiento científico y sus hacedores como elementos que integran esa cultura y en esta segunda definición les importa más cómo estos saberes científicos actuan sobre los sujetos culturizados con ellos.
Jean-Marc Lévy-Leblond, al contrario de los dos casos anteriores, en su artículo "Una cultura sin cultura. Reflexiones críticas sobre la cultura científica" defiende que la cultura científica no existe en realidad ya que los conocimientos de los científicos son limitados y también la validez de estos conocimientos está circunscrita a un estrecho marco. La ciencia, como tal, se ha separado de la cultura en la actualidad. Para él, la actividad científica y las personas que la ejercen tendrían que cambiar e incorporar otros elementos como la historia, la filosofía, además de aspectos sociológicos y económicos para que la ciencia volviera a ser considerada parte de la cultura.
Estos tres ejemplos nos sirven para evidenciar la complejidad del término y la diversidad de formas de entenderlo, algo que ya podíamos sospechar desde que escribimos sobre el problema de hablar de ciencia o ciencias. Los distintos matices que plantean estas definiciones son interesantes para mostrar las diferentes y poliédricas facetas que están detrás de términos que utilizamos constantemente y que creemos que son universales y estáticos para todos.
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