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El viaje de las clepsidras

Hay inventos y conocimientos que trascienden el tiempo y el espacio y dejan de ser patrimonio de un lugar y una cultura para pasar a convertirse en saberes universales. La historia de los relojes de agua muestra cómo ciertos conocimientos pueden transmitirse y sofisticarse, viajando a través de miles de kilómetros y cientos de años, traspasando culturas y épocas históricas.

Los orígenes. ¿De dónde viene los relojes de agua?

Las primeras referencias escritas en las que aparece un reloj de agua se remontan a la XVIII dinastía egipcia, alrededor del 1530 A.C. donde se cita una vasija que puede medir el tiempo realizada para el faraón Amenofis I. Por el día utilizaban relojes solares, pero por la noche necesitaban otra manera de medir el tiempo. Este instrumento parece haber cubierto las necesidades durante diez siglos en los que no evolucionó demasiado y se exportó su conocimiento hasta la Grecia clásica. Aquí, en el siglo IV, Platón ideó una clepsidra en la que había puesto unas bolas de plomo que caían en un plato haciendo ruido cuando acababa de caer el agua: este sería el primer despertador del que tenemos noticia. Su discípulo, Aristóteles, también inventó otra clepsidra-despertador, con un mecanismo que producía un silbido.

Ctesibio y la precisión de las clepsidras

Los relojes de agua se utilizaron comúnmente en Grecia y Roma para medir el tiempo de palabra de los oradores, las guardias nocturnas militares o periodos de oración. En el periodo helenístico, Ctesibio perfeccionó los relojes de agua anteriores gracias a sus estudios de matemáticas, hidráulica y neumática y creo una genial clepsidra. Su aportación a los relojes de agua anteriores fue la precisión. Las clepsidras anteriores estaban formadas por dos vasijas y la presión del agua hacía que el agua no cayese a la misma velocidad siempre. Ctesibio logró crear una máquina autocontrolada que tenía un flujo de agua constante. Una de estas fenomenales clepsidras estaba localizada en la Torre de los vientos de Atenas y constaba de un automatismo en el que un flotador en un bastidor hacía girar una rueda dentada y tenía un indicador que marcaba las horas.  Al parecer, esta máquina de medir el tiempo era tan precisa que solo se superó con la invención del reloj de péndulo en el siglo XVII.


Los magníficos relojes islámicos

Con el advenimiento del Islam medir el tiempo para marcar las cinco oraciones diarias de los fieles se convirtió en un asunto importante. Las escuelas de traductores de los califas que tradujeron infatigablemente las obras de los maestros griegos consiguieron popularizar las antiguas clepsidras y mejorarlas y sofisticarlas hasta terrenos insospechados. Los califas abasís desde Bagdad y los omeyas después desde Damasco encargaron a sus sabios relojes monumentales que marcaban las horas produciendo silbidos o paseando muñecos. Estas máquinas tan sofisticadas eran prueba del poder de su cultura y se exponían para el conocimiento de propios y extraños como símbolo de superioridad. Es sabido que Harum Al-Rashid envió a Carlomagno como regalo uno de estos ingenios que dejó asombrada a la corte franca. Se trataba de una clepsidra que al dar las doce sacaba a pasear las figuras de 12 caballeros.

El viaje del conocimiento

Pero estos inventos de ida y vuelta no se habían olvidado del todo en Europa. El saber griego de los relojes de agua se mantenía en los monasterios, donde todavía se utilizaba para medir las horas de oración. En 1276 se produjo un nuevo hito en este conocimiento viajero. Alfonso X el sabio encargó el Libro de los relojes a su escuela de traductores en Toledo en el que se recopilan los saberes relacionados con los cinco tipos de relojes que se conocían: de sol, de arena, de velas, de mercurio y de agua. Se trata de una obra compendio en la que se reúnen los conocimientos griegos y los musulmanes sobre esta materia.

El mundo islámico siguió desarrollando los relojes de agua en siglos posteriores con genios como Al Jazari y su reloj del elefante o su castillo, mientras que en Europa las innovaciones tecnológicas abandonaron las clepsidras para crear relojes mecánicos, con pesas, a los que se les fueron añadiendo carrillones con campanas y que acabarían siendo el sonido que ordenaría la vida en la cristiandad a partir del siglo XIV.

 Reloj de la catedral de Lund (Suecia) 1424 Foto de la autora

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Fuentes

Ordoñez, Javier. El reloj mecánico, un invento medieval. National Geografic

Nizamoglu, Cem. Ingeniosos relojes de la coivilización musulmana que desafiaron la Edad Media. Islamic bridge

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