Llevamos ya varias entradas en este blog dándole vueltas a esto de la cultura en general y de la cultura científica en particular y está quedando bastante claro que es un tema controvertido. Ya en 1959 C.P. Snow en su ensayo Las dos culturas dio buena cuenta del estado del problema en ese momento. Existía una brecha profunda entre la intelectualidad, palabra que había sido copada por literatos y gente de letras en general, y los científicos. Los intelectuales de letras eran quienes decidían qué conocimientos y hechos formaban parte de lo que una persona debía saber para ser consideraba culta, pero los saberes científicos no formaban parte de ese acerbo. Snow observó cómo existían dos culturas diferenciadas y con graves problemas de comunicación entre ellas. Unos pocos años más tarde, en una reedición de su ensayo añadió un nuevo escrito en el que pedía disculpas por no haber detectado a una nueva generación de científicos que se estaban acercando a los intelectuales y que divulgaban la ciencia a través de trabajos más literarios y cercanos al público general. Estas personas, según Snow estaban a punto de crear una tercera cultura, que establecía comunicación entre las anteriores que se veían como antagonistas. Snow no llegó más que a esbozar cómo podría ser esta nueva clase de cultura, pero si pensaba que era lo que la sociedad actual necesitaba. Si a mitades del siglo XX lo que más había avanzado y había cambiado la forma de vida de los habitantes de este planeta era la ciencia, lo normal sería que estos conocimientos se pusieran a disposición de aquellas personas que quisieran conocerlos y que esto formara parte del corpus de lo que se considera cultura.
Años más tarde, en 1995, John Bockman retomó estas ideas de Snow para escribir su ensayo La tercera cultura. En él, habla de cómo la ciencia se había considerado filosofía natural hasta los primeros años del siglo XX y cómo en el periodo de entreguerras los científicos fueron abandonando la filosofía hasta olvidar su vinculación con ella. Mientras tanto, los intelectuales de letras fueron limitando el uso de la palabra intelectual a solo los conocedores de sus campos de saber, excluyendo a los de las disciplinas científicas. Todo esto debido a que los conocimientos científicos habían avanzado mucho y en muchas disciplinas y la especialización era muy alta. Esto había ocurrido a velocidades poco abarcables para una persona que quisiera conocerlos y poder abarcarlos, aunque solo fuera de manera superficial. De esta manera, se había levantado un muro de incomunicación (y hasta animadversión en algunos casos) entre las personas que practicaban disciplinas y saberes que antes estaban ligadas.
Para Brockman, es necesario que la divulgación científica y los hombres y mujeres que la ejercen, los integrantes de esta tercera cultura sigan haciéndolo ya que la sociedad lo demanda y los cambios de la ciencia y la tecnología están alterando el mundo en el que vivimos de forma sustancial. En su libro reúne las opiniones de un nutrido grupo de divulgadores científicos de todas las clases que abogan por la comunicación entre las dos culturas anteriores y quieren servir de puente entre ellas para beneficio de la ciudadanía. Bockman opina que el reto pasa por la comunicación, por conseguir que los intelectuales sean mediadores que transmitan formar de hacer y conocimientos que sirvan para modelar la manera de pensar de las nuevas generaciones, una visión del mundo que ya no es estática. Desea retomar el espíritu de los filósofos naturales de la revolución científica pero actualizado, con unos intelectuales que transmitan la variabilidad del mundo, su falta de estatismo, su complejidad y belleza.
Comentarios
Publicar un comentario