Albert Einstein publicó en 1915 la Teoría de la relatividad que desbancaba el concepto de espacio y de tiempo que imperaba desde Newton. Solo cuatro años más tarde dos científicos británicos, Davidson y Eddington, probaron los supuestos de la nueva teoría sacando fotografías de un eclipse en un episodio de gran repercusión mediática que ya contamos en esta entrada anterior. Los viajes de los dos británicos para la comprobación de los postulados de la nueva teoría fueron seguidos por periodistas que contaron los acontecimientos casi a diario, como si fuera un gran viaje de exploración y aventura. Así que todo lo relacionado con la relatividad, la luz, el tiempo y el espacio y esta nueva teoría se popularizó rápidamente en los periódicos de medio mundo. Einstein demostró matemáticamente que la velocidad afecta al tiempo y que si un objeto se mueve a distinta velocidad que otro la forma en la que experimentarán el tiempo será también diferente. Refutando a Newton, su teoría propone que las leyes físicas son iguales en todas partes y en todos los momentos y que lo que cambia es la percepción de la persona que las observa. Este cambio en la forma de entender el tiempo, la velocidad y el espacio tuvo su influencia en numerosos pensadores, tanto científicos como de la cultura en general, que se hicieron eco en sus trabajos de algunas de las tesis de esta nueva teoría. En el terreno preciso de la literatura la influencia de la nueva concepción del tiempo ha tenido frutos muy interesantes.
Los viajes en el tiempo antes de Einstein
Antes de la aparición de la Teoría de la relatividad, en las últimas décadas del siglo XIX, el tema de los viajes en el tiempo había irrumpido ya en la literatura con Lewis Carrol, quien en Alicia a través del espejo (1871) hace que la protagonista viaje tanto al futuro como al pasado. Otra novela, también del XIX sobre viajes en el tiempo es Un yanki en la corte del rey Arturo de Mark Twain (1889), pero en ella tampoco se explica ni cómo ni por qué el protagonista viaja a Camelot. La novela más conocida sobre viajes en el tiempo de esa época y la precursora de las posteriores novelas de este estilo es La máquina del tiempo de H.G. Wells (1895).
En esta obra, el autor habla de un científico que se convierte en viajero hacia el futuro lejano gracias a una máquina que ha construido. Esta novela está considerada como una de las pioneras de la ciencia ficción y sobre viajes en el tiempo, pero ni siquiera su autor la consideraba una obra rigurosa desde el punto de vista científico ni loable desde el literario. En un prólogo que el propio H.G. Wells escribió en 1936 para la reedición de la obra habla de que la idea original del argumento y de los viajes en el tiempo se le había ocurrido ya un tiempo antes de escribirla, pero que no pudo desarrollarla de la manera que le hubiera gustado porque tuvo que redactarla rápidamente, en un periodo de penuria económica: tenía entregar algo que pudiera venderse para que su editor le pagase y poder hacer frente a los gastos que le ahogaban. Decía de ella que era una obra irregular, con ciertos valores, tanto filosóficos como literarios, que la reedición que prologaba con este escrito pondría de manifiesto. Y es que H.G. Wells, no solo hablaba de física en La máquina del tiempo, también habla de política, filosofía y ecología. En la novela se presenta un mundo futuro devastado, quizás por algún cataclismo planetario, en el que ya no existen los valores propios de la humanidad como la solidaridad, la valentía o la inteligencia y donde el Homo sapiens ha evolucionado (lo explica siguiendo a Darwin) en dos especies “degeneradas” y antagónicas. Es interesante que intenta incluir los distintos puntos de vista de la sociedad victoriana a través de los amigos del viajero en el tiempo, entre los que hay un médico, un periodista, un letrado o un sicólogo.
La máquina del tiempo se escribió antes de que se publicara la teoría de Einstein y, a pesar de que en este caso la literatura no se vio influenciada por ella, el nuevo concepto de la relatividad y su concepción de la percepción del tiempo caló pronto en diversos autores. Tras la publicación de las distintas novelas que conforman En busca del tiempo perdido (1913-1927) de Marcel Proust los modelos narrativos tradicionales del siglo XIX convivían con una forma de contar subjetiva, en la que, dependiendo de los deseos de quien escribiera, los momentos se alargaban o acortaban. Era una forma de representar lo breves que percibimos los buenos momentos y como queremos anclarnos a ellos y lo largos que se nos hacen los tiempos difíciles y como deseamos acortarlos. El tiempo y la memoria serán los elementos fundamentales de esta obra, influidos ambos conceptos por los avances científicos en física y en neurociencia.
La ruptura del tiempo narrativo tradicional: Joyce, Mann y Faulkner
Pero fueron tres escritores contemporáneos a Proust, Joyce, Mann y Faulkner, quienes, influidos por los conceptos relativos del espacio y del tiempo, rompieron con la línea temporal de la narración clásica de manera más revolucionaria. En el caso de James Joyce, exploró la relatividad temporal de manera extrema en sus dos obras Ulises (1922) y Finnegans wake (1939). Ulises es una obra de casi mil páginas en la que narración transcurre en solo un día, el 16 de junio, en Dublín. La influencia de la teoría de Einstein sobre el tiempo y el espacio es patente: todo ocurre en un solo día, pero es contado de forma distinta por varios personajes que, durante el mismo lapso de tiempo, viven algunos acontecimientos comunes que cada uno relata a su manera y otras vivencias personales paralelas. Percibimos en la narración esa relatividad de la que habla Einstein en el paso del tiempo que no es lineal, sino que las diferentes percepciones de este por diferentes personas coexisten como formas de un continuo espacio-tiempo. En Ulises es el mismo día, pero tiene distinta duración para cada uno de los personajes y esto es percibido claramente por las personas que lo leen. Al leerlo, a veces te resulta rápido y alborotado y salta de un pensamiento a otro, por ejemplo, como el último monólogo de Molly Bloom, otras veces se hace lento y pesado y, como lectora, sientes las mil páginas, línea a línea y palabra a palabra. La grandeza de Joyce reside en que te hace sentir al leer Ulises que el tiempo, su velocidad y la percepción que tenemos de los sucesos y los lugares dependen de quién lo cuente, tal y como Einstein propone, dependen del observador. Nunca la narración de un día me ha parecido al leerla tan larga y tan corta dependiendo de quien lo contara y de dónde se encontrara. Además, cada capítulo está construido de forma distinta y las técnicas narrativas son muy diversas, lo que profundiza en esta multivisión de los hechos. El capítulo XVII, por ejemplo, está redactado como si de un metódico examen científico se tratara, por medio de preguntas y respuestas, con abundantes datos que recuerdan a la redacción de un artículo científico y lo alejan del estilo de una novela. Esta manera de narrar usando tantos recursos distintos en la misma obra resultó muy osada e, incluso, escandalosa en su época y aún hoy en día sigue siendo una experiencia no apta para cualquier lector (yo tuve que empezarlo tres veces para conseguir terminarlo, por fin). Es indudable que, de no haber oído hablar de la teoría de la relatividad, la forma en la que Joyce hubiese abordado este relato muy probablemente hubiera sido otra ya que, en la novela, igual que en la teoría, el tiempo y el espacio no están separados por las tres dimensiones convencionales sino que fluye según cómo se mueva quien lo cuenta.
Sin embargo, la mayor aportación a la ciencia de James Joyce está en Finnegans wake, y no viene de cómo trata el tiempo, sino porque Murray Gell-Mann escogió una palabra inventada por Joyce y usada en esta novela para nombrar al quark, una de las partículas elementales y la única que interactúa con las cuatro fuerzas fundamentales. En esta novela también el método de construcción de la historia es más propio de un investigador científico que de un literato ya que trabajó en ella durante veinte años (su work in progress como lo llamó durante años) investigando sobre el lenguaje, inventando palabras y creando, no fragmentos, sino como él mismo decía “elementos activos y cuantos más haya empezarán a fundirse” (Carta a Harriet Weaver, Letters, I, 204-05). La percepción del tiempo es de un eterno presente, un tiempo circular, que aparece en varios planos paralelos, como multiversos, en los sueños del personaje principal influenciado quizás, no solo por Einstein, sino por el principio de incertidumbre de Heisenberg.
El tiempo es un protagonista más de La montaña mágica de Thomas Mann. El propio autor ya definió como “novela del tiempo” y decía de ella que era una “novela temporal en un doble sentido: primero en el histórico, debido a que intenta trazar un cuadro de los aspectos internos de una época, de Europa en vísperas de la guerra; pero también porque se ocupa del propio tiempo y no sólo en cuanto experiencia de su héroe, sino también en sí misma, como novela, y a través de sí” (1939). La montaña mágica se refiere a un sanatorio en Davos (Suiza) al que acude el protagonista de visita, pero donde acaba quedándose siete años. El tiempo se utiliza de manera distinta cuando se habla de lo que sucede en el sanatorio y de lo que ocurre en los pueblos y las ciudades. Existen dos planos espaciales, llanura y montaña, y temporales, velocidad y lentitud, aquí encontramos dos universos paralelos. La manera en la que el tiempo se describe en la obra está también relacionada con la propia percepción que tiene de él el protagonista. Cuando llega, el tiempo es más rápido, más parecido a la velocidad de cómo ocurren las cosas fuera del sanatorio, en la llanura, la ciudad, el mundo real. En cuanto se va aclimatando, los días van pasando de manera más lenta hasta que, cuando ya se ha hecho al lugar, pierde, según el mismo narra, la noción del tiempo hasta olvidarse de él. Castrop, el protagonista, siente el tiempo de manera distinta según el lugar en el que esté y reflexiona sobre ello conscientemente en la novela. Piensa sobre la capacidad sanadora de la rutina y de la lentificación de la vida y la capacidad de enfermar tanto el cuerpo como el espíritu de la velocidad de la vida en las urbes. Además, como en un experimento científico en el que él mismo es el objeto de investigación, se deja poseer por la lentitud de los días en el sanatorio pensando que no va a sufrir ningún cambio si se somete a ello. En La montaña mágica, la relatividad es un concepto completamente asumido por el autor y que lo lleva a interesantes disquisiciones. “Pero como el movimiento por el cual se mide el tiempo es circular y se cierra sobre sí mismo, ese movimiento y ese cambio se podrían calificar perfectamente de reposo e inmovilidad. El entonces se repite sin cesar en el ahora, y el allá se repite en el aquí. Y como, por otra parte, a pesar de los más desesperados esfuerzos, no se ha podido representar un tiempo finito ni un espacio limitado, se ha decidido “imaginar” que el tiempo y el espacio son eternos e infinitos, pensando –al parecer- que, dentro de la imposibilidad de hacerse una idea, esto es un poco más fácil. Sin embargo, al establecer el postulado de lo eterno y lo infinito, ¿no se destruye lógica y matemáticamente todo lo limitado y finito? ¿No queda todo reducido a cero? ¿Puede haber sucesión en lo eterno? ¿Puede haber coexistencia en lo finito?” (Capítulo VI)
En el caso de William Faulkner las ideas sobre el tiempo y el espacio de Einstein están plenamente asumidas por el autor. En El ruido y la furia los distintos momentos temporales en los que se suceden los hechos pueden ser tan bruscos que estaban pensados para ser impresos en tintas de distintos colores para que se pudiesen seguir de manera más fácil aunque, en la edición final, en vez de colores se usaron cursivas. La historia está narrada desde el punto de vista de varios personajes y entre ellos destaca Benji, una persona con discapacidad intelectual que tiene una imposibilidad total para distinguir el paso del tiempo por lo que para él todo es este momento, es un presente continuo. Cuando se lee el libro, se hace difícil seguir la narración cuando habla este personaje porque, además de que su forma de expresarse es bastante complicada e incoherente, propia de una persona con su condición cognitiva, su incapacidad de entender el tiempo hace que se descontextualice todo el relato. Más sencillo es seguir el hilo narrativo en las otras voces, cada una con su velocidad temporal. El gran aporte de esta novela es la forma fragmentada, parcial y subjetiva (relativa) de presentar el tiempo. En cuanto al espacio, Faulkner sitúa sus novelas en un condado inventado del sur de EEUU en época contemporánea al autor en el que todo es igual pero a la vez es distinto a la realidad, un ejemplo de universo paralelo.
En estos tres autores se observa cómo las teorías de la Nueva Física les daban pie a la experimentación con nuevas voces narrativas y otras formas de contar. Einstein reformula la gravedad como el resultado de las curvaturas que se producen en el tejido del tiempo y del espacio y así explica que la longitud de una vara de medir o un reloj cuenten el tiempo y el espacio de manera distinta según el lugar donde se encuentren. Joyce, Mann y Faulkner asumieron plenamente la base de estos conceptos de Einstein en los años veinte y adoptaron la nueva visión del espacio-tiempo relativo como herramienta artística y la plasmaron en sus novelas.
La Nueva Física y los relatos de viajes en el tiempo
El desarrollo de la mecánica cuántica en décadas posteriores y las aportaciones de Dirac, Schrödinger, Feynman y, más tarde de Hawkins mantuvieron el interés por el tema de la curvatura del espacio- tiempo y la posibilidad de los viajes en el tiempo durante todo el siglo XX. Ya no se trababa solamente del uso de las distintas voces, tiempos y espacios como recurso literario sino de libros y novelas que construían su argumento sobre conceptos de la física. Son numerosos los comics y las novelas de serie B que a partir de los años 40 utilizan los viajes en el tiempo o a otros mundos como argumento.
Hay obras distintas a estas de serie B, novelas que, además de tener gran calidad literaria poseen un rigor y calidad científico indudable como Contact de Carl Sagan. En ella, el astrofísico nos habla de un viaje en el tiempo a través de un agujero de gusano que realiza una científica que trabaja en el programa de captación de posibles mensajes extraterrestres a través de ondas electromagnéticas del SETI y que, tras descifrar una de esas señales, descubre que es un código de instrucciones que le permite construir una máquina para viajar por el espacio a velocidades increíbles. El viaje en el tiempo y el espacio que aparece en esta novela así como la construcción de la máquina que se relata de manera bastante detallada está muy alejada de la obra de H.G. Wells. El peso de la física y de las implicaciones filosóficas que los experimentos y el desarrollo de este tipo de ingenios puede tener es mucho mayor, esto en La máquina del tiempo ni siquiera se esboza. La viajera en el tiempo de Sagan, se enfrenta igual que el viajero de hace casi un siglo a la incredulidad de sus colegas científicos por la paradoja temporal de que el viaje solo ha durado unos minutos en el lugar de origen pero ella lo ha vivido como un día entero en el espacio. El viaje por el espacio de la protagonista desde su vivencia parece que es hacia distintos mundos estelares, pero se trata más bien de multiversos ya que la nave nunca llega a despegar.
Los viajes en el tiempo siempre han resultado atractivos para la literatura y otras formas de arte como argumento. Es un tema recurrente en películas y series de ciencia ficción. Desde la propia Contact (basada en la obra de Sagan), Terminator, Regreso al futuro, Atrapado en el pasado, Interstellar o la serie española El ministerio del tiempo, el cine y la televisión han popularizado junto con la literatura esta temática. En el caso de la literatura, hay libros como Contact que por su rigor pueden ser considerados de divulgación científica y servir para difundir estos saberes, pero es más interesante, bajo mi punto de vista, ver cómo estos conocimientos han calado en la mente de pensadores y creadores y estos los han hecho propios en sus obras. El escándalo, sorpresa e interés que provocaron las novelas de Joyce, Mann o Faulkner puede ser comparado con los que provocaron los escritos de Einstein y los demás nuevos físicos. Ninguno de los tres escritores llegó a desarrollar esa nueva voz para narrar el tiempo después de una lectura concienzuda de los papers sobre relatividad, pero sí que les influyeron desde la prensa y conocieron estas ideas porque se discutía sobre ellas en círculos cultos. Estas teorías, acompañadas de los cambios tecnológicos revolucionarios que estaban ocurriendo en las primeras décadas del siglo XX fueron el caldo de cultivo para que el tiempo y el espacio relativo irrumpiera y aportara a la escritura una manera diferente de poder narrar el mundo en la que aparezcan distintas realidades que conformen un todo. Esto es, justamente, lo que postulaba Feynman, que nuestra propia realidad es la suma del conjunto de todas las realidades posibles.
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