Entre
los años 1550 y 1850 se produjo una anomalía climática en Europa en la que las temperaturas
descendieron entre 1 y 1,5 grados. A este periodo se le llama la Pequeña Edad
de Hielo y fue un cambio en las condiciones meteorológicas que sucedió tras el llamado óptimo climático medieval. A una parte de este periodo climático dedica el historiador
Philip Blom (Hamburgo 1970) el libro llamado El motín de la naturaleza.
Historia de la pequeña edad de hielo (1570-1700), así como del surgimiento del
mundo moderno, junto con algunas reflexiones sobre el clima de nuestros días.
El contexto de los dos cambios climáticos es completamente distinto. El actual está provocado directamente por la actividad humana y el de la época moderna fue natural. La disminución de la actividad solar en aquellos años, con la reducción de manchas solares en un fenómeno conocido como el Mínimo de Maunder, hizo que la superficie terrestre recibiera menor radiación solar y, por consiguiente, que las temperaturas fueran más bajas. A esto se le unió un aumento en la actividad volcánica que produjo que las cenizas que se quedan en la parte alta de la atmósfera durante largos periodos, así como el aumento de ácido sulfúrico proveniente del azufre expulsado en las erupciones crearan una pantalla que impedía que los rayos solares llegaran plenamente a la corteza terrestre.
Blom presenta los testimonios de manera cronológica y esto nos ayuda a comprender el proceso de transformación social, económica, cultural y política que trajo consigo este cambio en las condiciones meteorológicas. Primero habla del brusco descenso en las temperaturas en Europa alrededor de 1570, del estupor que produjo entre los habitantes del continente y de cómo se enfrentaron a estos hechos buscando la respuesta en la religión. Las gentes del XVI pensaron que la sucesión de malas cosechas debidas a fenómenos meteorológicos extremos eran un castigo divino y reaccionaron en primer lugar con asombro y después dieron la única solución que sabían para aplacar la furia divina: mantener a raya al pecado y realizar oraciones y penitencia. Relacionado directamente con esto está la caza de brujas que comenzó en estos años en Alemania y acabó extendiéndose por toda Europa y América. A estas personas se las acusaba de hacer que las cosechas se perdieran y de controlar el tiempo para crear desastres. Se las hacía responsables de los fenómenos atmosféricos extraordinarios que no terminaban de comprender.
Tras esta primera fase de desconcierto ante el brusco cambio del clima se pasó, ya en el siglo XVII, a una segunda en la que se dedicaron a investigar los hechos para empezar a adaptarse. La ayuda de la religión no había surtido efecto y las crisis de subsistencia eran habituales. Comenzaron a investigar la naturaleza y sus leyes para poder encontrar explicaciones y soluciones que les permitiesen adaptarse a los cambios que traía la bajada de temperaturas. Los poderosos intentaron seguir manteniendo su estatus a costa de recortar los pocos derechos que tenían los más desfavorecidos, lo que produjo un éxodo de las zonas rurales hacia las ciudades. Los más ricos favorecieron el comercio para poder traer los bienes que consumían de lugares cada vez más lejanos de forma regular y no variar su forma de vida ni los productos que utilizaban. El eje del desarrollo de las sociedades europeas basculó desde el campo a la ciudad y esto conllevó un cambio de mentalidad que propició la Revolución Científica, experimentos en economía como el papel moneda o el surgimiento de nuevas ideas alejadas de la religión.
Después de este estado de shock inicial, la posterior fase de investigación, la tercera y última fase que identifica Blom es la de innovación y cambio para lograr la adaptación a la nueva situación climática. El estado de emergencia climática llevó a otro de crisis de valores que forzó cambios agrícolas, económicos, políticos, militares, sociales y culturales que se sucedieron de manera brusca también y que acabaron produciendo en el siglo XVIII los nuevos valores de la Ilustración y el nuevo modelo económico del liberalismo.
Tras este recorrido sobre la crisis climática de la Edad Moderna y sus repercusiones, el epílogo del libro lo dedica Blom a reflexionar sobre algunos puntos en común entre ese cambio climático y el actual. Para él, si bien los orígenes de ambos son distintos, estamos actuando de manera muy parecida ya que, nosotros, si que entendemos bien los mecanismos que la han producido y cómo podemos influir en ellos, pero actuamos como si no supiéramos qué hacer o no quisiéramos hacer nada y aún tuviéramos margen de maniobra. El pesimismo se impone en la visión del autor de cómo encaramos la actual crisis ya que cree que somos incapaces de aceptar que tenemos que cambiar nuestra forma de vida para adaptarnos.
El motín de la naturaleza es un libro que se lee fácil por la gran cantidad de testimonios distintos que presenta y la profunda conexión que podemos hacer con lo que vivimos hoy en día. Las voces que se escuchan y sus relatos nos resultan especialmente cercanas y reconocibles. Podemos llegar a la conclusión de que el calentamiento actual es consecuencia directa de la manera que tuvieron de adaptarse a la Pequeña Edad de Hielo nuestros antepasados ya que dos de las ideas que surgieron de esta adaptación, como son la economía liberal y su concepto del crecimiento continuo y la libertad individual, son directamente responsables de esta nueva catástrofe climática.
Los seres humanos podemos adaptarnos a los cambios de dos maneras: evolucionando genéticamente, como el resto de seres vivos, o adaptándonos culturalmente. Esta última posibilidad es más rápida y nos da una ventaja sobre el resto de especies, pero hay que saber aprovecharla bien: las soluciones a los problemas de hoy pueden ser el embrión de las
crisis de mañana.
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