Las
conexiones entre Oriente y Occidente han sido numerosas a lo largo de la
historia de la humanidad. Los conocimientos, como también los utensilios y las herramientas, viajan con las
personas y se transmiten de una cultura a otra. El viaje de las ideas y las
influencias de unas culturas en otras siempre ha sido importante. Es sabido la gran
inspiración que ejerció el arte Oriental y en los pintores franceses del XIX,
cómo cambió la pólvora china los conflictos bélicos en Europa o cómo el
cristianismo influyó en los pueblos orientales. Lo que es menos conocido es que
los avances médicos chinos fueron determinantes para conseguir el mayor logro
de la medicina: las vacunas y, con ellas, la posibilidad de erradicar algunas enfermedades.
La
OMS decretó en 1980 la erradicación de la viruela una enfermedad que era conocida desde la antigüedad y que, solamente
en el siglo XX, había causado 300 millones de muertes en todo el mundo. Esta infección produjo grandes mortandades ya
desde el antiguo Egipto donde se conservan las momias de tres faraones que
murieron por su causa. También, textos griegos registran
mortandades terribles atribuidas a ella en la Atenas clásica. El sabio Galeno
acudió a Roma en el 164 d.C. para atender a los enfermos de un brote de viruela
que duró 15 años. En el subcontinente indio la enfermedad parece que era
endémica desde la antigüedad e, incluso, existe desde hace siglos la deidad Shitala (शीतला), una diosa que
cada vez que se mueve deja caer unos granos del cesto que lleva sobre su cabeza
y cada grano se convierte en una pústula de viruela. La
enfermedad se extendió por los distintos países a través de las rutas comerciales y con
los ejércitos ya que se veía favorecida por el hacinamiento. La viruela tenía
una mortandad de entre el 30% y el 60% y no distinguía entre edades ni clases
sociales, de hecho, hemos visto cómo faraones murieron a consecuencia de ella y, siglos más tarde, varios monarcas europeos la sufrieron como el primer Borbón español,
Luis I o Isabel I de Inglaterra. Para tapar las cicatrices que le había dejado la enfermedad en la cara, Isabel I utilizaba un maquillaje blanquecino, la cerusa veneciana, hecho de una mezcla de plomo con vinagre extremadamente peligroso que, si bien era efectivo para tapar las marcas, junto con su pintalabios rojo a base de mercurio formaban un cocktel venenoso que pudo ser el causante de su muerte.
Las personas que sobrevivían
a la infección acarreaban numerosas secuelas, no solo estéticas por las cicatrices
sino otras más graves como la ceguera. Pero sobrevivir a la viruela tenía una gran ventaja, una vez se sufría, las personas curadas quedaban inmunizadas de por
vida.
En
China, durante el reinado de Jen Tsung (1022-1063) una monja budista recopiló
en un escrito llamado El tratamiento de la viruela el procedimiento de pulverizar
polvo de las pústulas secas de viruela por la nariz de personas sanas para que
contrajeran una versión dulcificada y benigna del mal. Otros remedios
que ya se utilizaban desde siglos anteriores en el país oriental aparecen
también en la gran compilación de la dinastía Qing El espejo dorado de la
medicina (1742) y consistían en poner las ropas de un contagiado en una
persona sana o frotar con un algodón empapado de pus de enfermos leves la piel
de los sanos como medida profiláctica. Estas prácticas se fueron extendiendo
por Japón, India y Persia hasta llegar a Turquía.
Esta
técnica de prevención de la viruela, denominada variolación, fue importada al
reino unido desde Estambul por Lady Montagu, esposa del embajador británico. No
era la primera vez que los ingleses se aproximaban al conocimiento de este
método, ya que en 1700, Emanuel Timoni, médico de la embajada en la corte otomana
había dado cuenta del procedimiento, pero Lady Mary Wortley Montagu,
superviviente de la enfermedad y que había perdido a un hermano por esta infección,
hizo inocular a su hijo y al volver a la metrópoli quiso extender esta
práctica. En 1721, ya en Inglaterra, pidió a su médico que inoculara también a su
pequeña hija de 3 años, pero, aunque lo consiguió, se encontró con gran
resistencia por parte de la comunidad médica. Lady Montagu, mujer tenaz como
pocas, convencida de la eficacia del método, ideó un experimento con presos a
los que se inoculaba y luego se exponía al virus para probar que funcionaba. A
partir del éxito de este ensayo, la variolación se extendió por Occidente y por
la mayoría de las regiones que controlaban los reinos europeos.
A
finales del siglo XVIII, un médico de la Inglaterra rural, Edward Jenner,
observó que las mujeres que tenían trato continuado con vacas no solían
contraer la viruela. Los ovinos padecen también esta enfermedad, y la
transmitían a las ordeñadoras, pero esta infección carecía de la gravedad de la
viruela humana. Jenner, infectó con pus de una vesícula de una mujer infectada
por viruela bovina al hijo de 8 años de su jardinero que resistió sin contagio
la exposición a la infección humana. El doctor Jenner escribió un protocolo
para la vacunación pero fue rechazado por la Royal Society, no obstante, esto
no fue una traba para que continuara aplicándolo ya que en el caso de los virus
de las vacas su uso en humanos no tenía ningún riesgo de muerte mientras que
con la variolación, aunque pequeño, este riesgo aún existía. El nuevo método
ideado por Jenner se encontró con trabas tanto religiosas como dentro de la
comunidad científica, aunque acabó imponiéndose por su impacto contra la
enfermedad.

Ernest Board El doctor Jenner vacunando por primera vez a James Phipps 1910
La
corona española organizó en 1803 La real expedición filantrópica de la
vacuna a cargo del médico valenciano Balmis para poder llevar la vacunación
a las colonias. El problema de conservación de la vacuna en un viaje tan largo
lo solucionó Balmis de una manera ingeniosa aunque bastante cruel. Embarcó a 22
niños y niñas huérfanos y los fue vacunando de dos en dos durante el viaje para
que en todo momento hubiera pústulas frescas. En las colonias, fue
estableciendo juntas de vacunación, pero él continuó su viaje hasta Manila y
cargando a más huérfanos para ser inoculados durante el viaje. No sabemos cuántos
de estos portadores de vacunas murieron ni qué terribles condiciones sufrieron
durante estos recorridos pero, en este caso, no hay que olvidar que los avances
de la ciencia se han hecho en ocasiones con métodos abusivos, crueles y poco
éticos.
A
partir del descubrimiento chino de la inoculación de virus y las posteriores
aportaciones de Jenner, la ciencia médica ha ido evolucionando. 900 años después
del Tratado de la viruela chino, las enseñanzas que aparecían en este
método dieron el fruto esperado por su autora y por todas las personas que investigaron
sobre ello: la erradicación de una enfermedad gracias a las vacunas.
Fuentes
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