Hace ya años que compartí piso en mi época estudiantil. Fue toda una experiencia. Mis compis eran majas, pero tenían un gusto insano por el guarrerío y la mugre y, la verdad, por eso de "donde fueres haz lo que vieres" me infecté yo también del virus de la porquería. Los turnos de limpieza brillaban por su ausencia y, demostrando una gran capacidad de adaptación, a las pocas semanas ni siquiera yo los echaba de menos. Los platos y las cazuelas se lavaban cuando ya no tenías donde comer o donde cocinar, el suelo se barría cuando las pelusas te daban ya los buenos días, el baño... bueno en el baño corría el agua y usábamos jabón así que no veíamos la necesidad de mucho más. Ahora me sorprende recordarlo, pero en aquel momento me parecía todo muy normal.
Como ahora he aprendido algo de microbiología voy intentar poner mis recuerdos en contexto "microbiológico". He oído en la radio que en EEUU se hizo un estudio en 1.200 hogares y se encontraron más de 5.00 bacterias y más de 2.000 hongos distintos ¡poco me parece! si hubieran pasado por nuestro piso se habrían quedado sin material para el muestreo ¡seguro!
Vivíamos en el este de Londres en una casa ocupada, lo que ya de por si puede dar pistas de cómo iba a ser todo. El número de personas que vivíamos allí era aleatorio, así que, si pensamos que cada una que pasaba por casa traía su propia microbiota imagino que eso sería una fiesta contínua de bichitos entrando y saliendo. Era el reino de Bactrofio y CoVicho. ¡Si hubiera venido Grissom de CSI se hubiera vuelto loco con nuestra huella microbiana!
Las sábanas de nuestras camas las lavábamos cuando podíamos y nos apetecía en el Laundry del barrio porque no teníamos lavadora. En los seis meses que estuve no recuerdo haber ido demasiadas veces pero seguro que cada quince días o así cambiaríamos las sábanas (si nos acordabamos). Ahora lo pienso y me da un poquito de asco: humedad y calorcito y un montón de restos de saliva, sudor, pelos y piel muerta con sus consiguientes virusillos y bacterías, acompañados a demás por sus colegas los ácaros dándose un buen festín. ¡Más vale que las bacterias Gramm + no suelen dar demasiados problemas!
El cuarto de baño tenía unas baldosas blancas con una lechada negra en contraste. Bueno, yo creía que era una lechada pero, pensándolo ahora bien, seguro que eran hongos o levaduras que habían crecido en las juntas por la humedad. Usabamos el jabón de lavar los platos para limpiar todo el baño de vez en cuando, desde luego, no lo hacíamos todos los días (si había suerte, una vez por semana) y nada de desinfección ¿eso para qué? ¡A ver si íbamos a molestar a nuestros amiguilllos los microbichos!
El frigo funcionaba a ratos y otras veces se nos olvidaba la comida fuera. No pasaba nada. Un par de veces tuvimos las tripillas un poco sueltas, pero el poderoso sistema autoinmune navarro nos debió de librar de que nos atacase una salmonella, una E. colli o cualquier otra Gramnegativa más latosa. Pero lo peor de la cocina no era esto. Lo peor de la cocina era una bayeta amarilla que casi corría sola por toda la vida que albergaba. Tocarla era muy desagradable porque estaba babosa y pegajosa. De vez en cuando la metíamos en un barreño con jabón y soltaba el moco que la cubría ¡qué experiencia hubiese sido ver esas colonias de microbios por el microscopio! Y para poner la nota de color en la decoración de la cocina, en el techo había espaguettis colgando. Esto fue porque un día alguien nos dijo que para saber si estaban en su punto o no los espaguettis había que lanzarlos al techo y, si caían y no se pegaban, aún no estaban en su punto. Es evidente que los nuestros estaban bien cocidos porque en los seis meses que vivía allí decoraron el techo junto con una familia de arañas. A las arañas las dejabamos en paz porque sabíamos que se comían a los mosquitos, y nosotras no queríamos picotazos así que eso que nos ahorrabamos. Ahora que sé que en el fregadero hay 100.000 veces más gérmenes que en el lavabo y me echo a temblar, ¡cuánta vida había a nuestro alrededor y no éramos conscientes!
El suelo de la casa rara vez veía una escoba. No por no querer limpiar (bueno, un poco por eso también) si no porque era de moqueta, remenber, estabamos en Londres y allí hay moqueta hasta en algunos baños. No teníamos aspiradora así que cuando barríamos se levantaba una nube tóxica que riete tú de la boina de polución de las grandes ciudades, esto era bastante peor. Yo tosía y tosía hasta que casi me ahogaba, me picaba todo el cuerpo, me lloraban los ojos...así que vista la mala experiencia con la nube de ácaros dejamos de barrer para preservar mi salud. Que la moqueta tuviera su propia fauna y flora no quería decir que si algo se nos caía no lo recogieramos ¡por supuesto que lo hacíamos! sobre todo si era comida. Recogíamos la patata, le quitabamos el pelo (siempre se pegaba un pelo, habría que haber estudiado este fenómeno) y usábamos el método científicamente probado de soplar huracanadamente para barrer a los gérmenes como en el cuento de los tres cerditos. Total, en algún sitio habíamos leído alguna de nosotras que si no pasaban más de 5 segundos estabamos a salvo, los microbios tienen las patas tan cortitas que no les da tiempo a correr y subirse al trozo de alimento que se ha caído ¡Error! Ahora ni se me ocurriría hacerlo porque ya sé que los gérmenes se transfieren de forma casi immediata y que en el caso de una moqueta sucia como la nuestra serían legión para atacarnos. Entonces éramos jóvenes y nos gustaba vivir en el borde del abismo de los patógenos, ¡Oh, tiempos pre pandémicos de juventud y concupiscencia!
Después de repasar mi vida en aquel piso creo que me libré de milagro de sufrir un montón de posibles enfermedades. Más vale que mi propia microbiota se portó como una heroína y luchó contra CoVicho, Bactrofio y los anglomicrobios como una campeona. ¡De lo que me libré! En cuanto a la sobreexposición a los ácaros, no sirvió para immunizarme contra las alérgias como a veces se dice que ocurre. Años más tarde me diagnosticaron alérgia a estos arácnidos diminutos y de vez en cuando sufro sus consecuencias. Y hablando de consecuencias, el haber vivido en ese entorno mugroso e insalubre me ha convertido en una limpiadora patológica y no os exagero si os digo que en mi salón se puede operar a corazón abierto sin problemas de lo limpérrimo que está.
Bueno, os dejo que me espera la fregona.
Gallastegui, I. Microbios de andar por casa. El correo.
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