Henrietta Lacks fue una mujer afroamericana que murió en 1951 de cáncer de útero. Su enfermedad y muerte podría haber sido una más entre tantas otras, pero el caso de Henrietta es especial. Los doctores que la atendieron en la clínica Johns Hopkins de Baltimore tomaron una biopsia de sus células tumorales sin su consentimiento y las cultivaron en el laboratorio donde encontraron que se podían reproducir sin problemas in vitro, siempre que se las alimentara. A partir de estas células se creó la primera línea celular humana y la más usada para investigación. A estas células las llamaron por las iniciales de la mujer, HeLa, y han sido utilizadas para investigaciones cruciales como el descubrimiento de la vacuna de la polio o el hallazgo del virus de VIH. Pero, a pesar de la enorme importancia y beneficios del uso de las células HeLa, este caso es un ejemplo de la invisibilidad de las mujeres en la medicina ya que en ningún momento se tuvo en cuenta que Henrietta pudiera ser consultada para que diera su consentimiento sobre esta “donación” de tejidos. Y es que el organismo femenino no ha sido tomado en cuenta de la misma manera que el masculino en medicina. Ya el propio Darwin consideraba que su función principal era la reproducción y crianza y por eso no se interesó en comparar si la evolución se comportaba de la misma manera en nosotras que en los hombres. Los diagnósticos y las medicinas se basan en estudios sobre una mayoría masculina, minorizando la presencia femenina con su fisiología y ciclos propios y diferenciados lo que hace que los tratamientos no sean muchas veces tan efectivos en mujeres. Además, históricamente, las necesidades médicas femeninas se han menospreciado en las investigaciones y enfermedades sufridas en mayor manera por las mujeres como, por ejemplo, las tiroideas han sido menos estudiadas y, por tanto, peor tratadas. Por no hablar de que, aún hoy en día, en pleno siglo XXI, muchas enfermedades femeninas son enmascaradas al ser diagnosticadas como trastornos psicosomáticos.
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