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El maravilloso viaje de las clepsidras

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

Desde la antigüedad los seres humanos hemos estado obsesionados con ordenar la naturaleza y para eso inventamos los relojes, para poder dividir el día en fracciones y así conseguir organizarnos. En 1276, el rey de castilla Alfonso X el sabio encargó el Libro de los relojes para recopilar todo lo que se sabía sobre los instrumentos con los que se medía el tiempo. En este libro se mencionaban todos los tipos de relojes que se conocían: de sol, de arena, de velas y de agua.
Los de agua, las clepsidras, lo petaron durante 2800 años para luego ser sustituidos por los relojes mecánicos y caer en el olvido. Desde su sencillez inicial, este invento fue pasando de civilización en civilización y cada una adecuó esta tecnología a los usos que necesitaba. En algunas culturas se sofisticaron mucho y en otras fueron más sencillos. ¿Sabes cómo eran y cómo funcionaban? ¡Comenzamos el viaje! 

La clepsidra de Karnak
Las primeras referencias escritas en las que aparece un reloj de agua se remontan a la XVIII dinastía egipcia, alrededor del 1530 A.C. donde se cita una vasija que puede medir el tiempo hecha para el faraón Amenofis I. Por el día utilizaban relojes solares, los obeliscos servían para ello, pero por la noche necesitaban otra manera de medirlo. Se colocaban dos vasijas del mismo tamaño, una vertía por un pequeño orificio agua sobre la de más abajo que tenía marcas para medir tiempo que pasaba. Todavía se conserva una que se usaba en las ceremonias del templo de Amón en Karnak. Este sencillo mecanismo de agua parece haber cubierto las necesidades durante diez siglos en los que no evolucionó demasiado. Los griegos adoptaron el invento y fueron quienes le pusieron nombre, clepsidra de Kleptein (robar) e hydro (agua).
En realidad, más que relojes eran primitivos cronómetros y se usaban para medir el tiempo que tenían los oradores en el ágora para hablar, los turnos de guardias de los soldados, el tiempo que se podía estar con una prostituta o la duración de las ceremonias religiosas.
En el siglo IV a.C., Platón, ideó una clepsidra que también servía como despertador de sus alumnos de la Academia. ¡Sí, habéis oído bien, un despertador en la antigua Grecia! Este ingenioso dispositivo tenía bolas de plomo que, cuando el agua llenaba el recipiente, caían en un plato de metal haciendo ruido y despertando a los alumnos. Su discípulo, Aristóteles, creó también una clepsidra-despertador con un mecanismo que producía un silbido. 

Ctesibio
Pero quien de verdad revolucionó las clepsidras fue Ctesibio. Ctesibio era un genio de las matemáticas, la hidráulica y la neumática, que vivió en Alejandría en el siglo III Ac. Se le conoce como el padre de la neumática y sus conocimientos, incluidos las novedades que introdujo en las clepsidras, pasaron a ser adoptados también por los romanos. Ctesibio perfeccionó las clepsidras anteriores haciéndolas más precisas. Antes, el flujo del agua no era constante, lo que afectaba la exactitud de la medición del tiempo. Él logró crear una clepsidra autocontrolada con un flujo constante de agua gracias a uno de sus descubrimientos: el sifón. ¡Eso sí que es innovación! Una clepsidra construida según este modelo se colocó en la Torre de los Vientos de Atenas. Tenía un mecanismo que hacía girar una rueda dentada y un indicador que marcaba las horas. Se dice que era tan precisa en su medición que solo fue superada con la invención del reloj de péndulo en el siglo XVII.
Pero el viaje de las clepsidras no se detiene aquí, porque el conocimiento siempre encuentra formas de traspasar fronteras. Siguiente parada: Bagdad y Damasco.

Las clepsidras monumentales del Islam
Con la llegada del Islam marcar las cinco oraciones diarias de los fieles se convirtió en un asunto importante. Las escuelas de traductores de los califas que tradujeron infatigablemente las obras de los maestros griegos consiguieron popularizar las antiguas clepsidras para mejorarlas y sofisticarlas hasta niveles insospechados. Los califas de Bagdad y los omeyas después en Damasco encargaron a sus sabios relojes monumentales que marcaban las horas produciendo silbidos o paseando muñecos.
Al Jazarí fue inventor y constructor en el siglo XII de varios autómatas movidos por agua y también construyó clepsidras. Ideó el fabuloso Reloj Elefante que estaba accionado por poleas y que cambiaba cada día el flujo del agua para adaptarse a las variaciones de la duración de la luz solar en cada estación. Al Jazarí incluyó en este reloj algunos autómatas humanoides que tocaban los platillos y un pájaro mecánico que cantaba ¡Igual que un reloj de cuco!
Pero las clepsidras no se limitaron a la zona mediterránea. Estos relojes viajaron más lejos, ¡hasta Oriente!

Las clepsidras orientales
En India, Corea o China también aparecen descritas sofisticadas clepsidras medievales. Su Song, alrededor del año 1100 construyó en China una torre de reloj de casi 13 metros que funcionaba con un sistema hidráulico que daba la hora y también la posición de los planetas. Tenía campanas y gongs, una esfera armilar en lo alto y figuritas que salían a dar las horas ¡pura fantasía! Además, mejoró la precisión con un nuevo sistema de escape y usando engranajes y cadenas de transmisión para moverlos.

Pero ¿y en la Europa medieval no había relojes de agua?
¡Claro que sí! ¿No te acuerdas de que al principio hemos hablado del Libro de relojes de Alfonso X el sabio? Pero no eran tan sofisticados y magníficos como los de los árabes o los orientales. Eran muy sencillos y se usaban en los monasterios para contar las horas nocturnas. Nada que ver con lo que le envió el sultán de Damasco a Carlomagno como regalo de coronación. Era una clepsidra que dejó boquiabierta a la corte franca. Al dar las doce sacaba a pasear las figuras de 12 caballeros. Por lo que cuentan las crónicas la corte franca alucinó.
Cuando Alfonso VI de León conquistó la Toledo musulmana en el año 1085 se encontró las famosas clepsidras del astrónomo Azarquiel. Un monarca posterior, Alfonso VII las desmontó para estudiarlas y no consiguió volver a ponerlas en marcha.  ¡Una lástima!
A medida que avanzaba el tiempo, las innovaciones tecnológicas en Europa hicieron que las clepsidras se fueran abandonando para crear relojes mecánicos y, con el tiempo cayeron en el olvido. En las ciudades del renacimiento aparecieron relojes con pesas que se colocaron en las torres y se les añadieron campanas y carrillones, para marcar las horas de trabajo y de oración. Los sonidos de estos relojes se convirtieron en la música que ordenó la vida en la cristiandad a partir del siglo XIV.

Y así, con el goteo constante del agua, hemos viajado a través del tiempo para descubrir las maravillas de las clepsidras. Durante casi 3000 años, estos ingenios mecánicos nos permitieron organizar nuestras vidas hasta que el avance de nuevas tecnologías las relegó a un segundo plano. Pero también los relojes que las sustituyeron han ido cambiando con el tiempo y evolucionando hasta los actuales pequeños relojes digitales. 
A pesar de que casi nadie hoy se acuerda de las clepsidras y de cómo funcionaban la fascinación que produce medir y controlar el tiempo aún sigue vigente, aunque ahora usemos otros instrumentos.


Fuentes

Historia de España, Editorial Planeta 1992


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