No tengo muy claro si Omm Seti tiene una historia de película… o si, más bien, era una peliculera. Y es que en la historia de Dorothy Eady o de Omm Seti, una nunca sabe si está leyendo un guion de Hollywood, una tesis de egiptología o el diario íntimo de una reencarnada calenturienta.
Su vida podría ser, perfectamente, una peli de aventuras al estilo Indiana Jones, con arena en el pelo, momias que no lo son tanto y una heroína que, en lugar de huir del templo, se queda en él a vivir como si fuese su cortijo. O también podría ser un drama histórico, digno de El paciente inglés, en el que una mujer recuerda amores imposibles a través de vidas sucesivas, bajo el ardiente sol del desierto. Aunque claro, con Dorothy el público no sabría si lo que ve es locura, memoria y arqueología, magia y misterio…su vida puede dar para un thriller psicológico también del estilo de El sexto sentido. Incluso, si le ponemos un poco de ironía británica y con el humor que dicen tenía la señora, daría para una comedia excéntrica: una londinense convencida de que fue sacerdotisa del faraón Seti I, que se muda a Egipto y acaba siendo guía turística en su propio templo. Y, por qué no, en el catálogo inagotable del surrealismo hasta un porno arqueológico podría surgir de su biografía: los cuerpos semidesnudos del faraón Seti I y la sacerdotisa Bentreshyt entre columnas de piedra, incienso, túnicas transparentes amándose por toda la eternidad.
Porque sí, el caso es que la historia de Dorothy Eady tiene de todo: erotismo, muerte, ciencia, religión, humor y misterio. Pocas biografías ofrecen tanto material para un guion y tan poca claridad sobre qué parte es ciencia y verdad y cuál imaginación. Para ella, todo ocurrió en realidad, su vida en Inglaterra y Egipto el siglo XX y la que vivió hace 3.000 años en el Imperio nuevo. Por eso Dorothy Eady, más conocida como Omm Seti, es tan fascinante, porque su historia se mueve entre la ciencia y el mito, entre la arqueología y la eternidad.
Dorothy Louise Eady nació el 16 de enero de 1904 en Blackheath, un barrio al sureste de Londres. Era hija única de Reuben Eady, un funcionario del gobierno británico, y de Caroline May Frost, ama de casa. Siendo muy pequeña, se cayó por las escaleras de su casa y fue dada por muerta. Sin embargo, cuando el médico llegó para certificar su muerte abrió de nuevo los ojos y despertó. Su madre juró que a partir de ese accidente algo había cambiado: la niña hablaba con palabras extrañas, tenía pesadillas con un lugar lleno de columnas blancas y solía pedir que la llevaran “a casa”.
Unos años más tarde, la familia fue a visitar el Museo Británico y, en una de las salas dedicadas a Egipto, Dorothy se detuvo de repente frente a una fotografía del Templo de Seti I en Abydos y exclamó con asombro:“¡Esa es mi casa! ¿Por qué está en ruinas? ¿Dónde están los árboles? ¿Dónde están los jardines?” El matrimonio Eady no daba crédito a la reacción de su niña. Se puso a correr por la sala egipcia besando los pies de las estatuas, abrazándose a las vitrinas y gritando que esa era su gente para horror de sus padres. Aquella escena, podía haber pasado por un juego exaltado de una chiquilla que recordaría con vergüenza al crecer pero no fue así y marcó el inicio de una obsesión vital. En sus visitas al museo conoció al célebre egiptólogo E. A. Wallis Budge, quien, en lugar de reírse de ella, le regaló su primer libro de jeroglíficos y le permitió acudir a algunas de sus clases de lengua egipcia, pensando que esa pasión podría apaciguarse con el conocimiento. Dorothy empezó a leer y estudiar por su cuenta, guiada por una convicción inexplicable: ella recordaba su vida en el Antiguo Egipto.
Bentreshyt: la sacerdotisa de Isis
A lo largo de su adolescencia, las visiones se intensificaron. Dorothy aseguraba que en una vida anterior había sido una sacerdotisa llamada Bentreshyt, sirvienta del templo de Isis en Abydos, durante el reinado del faraón Seti I.
En sus las transcripciones de sus sueños relataba que Bentreshyt fue entregada al templo siendo una niña. A los catorce años hizo voto de castidad, pero se enamoró del faraón. De aquella unión nació un hijo, y la joven, incapaz de afrontar la deshonra de su voto quebrantado, se quitó la vida.
Para Dorothy, el vínculo con Seti I no había terminado. Decía que su espíritu la visitaba en sueños para amarla y que después conversaban sobre Egipto, el pasado y el destino. Le llamaba simplemente mi señor.
Seti I
El faraón Seti I gobernó Egipto entre 1290 y 1279 a. C., durante la dinastía XIX. Hijo de Ramsés I y padre del célebre Ramsés II, fue un monarca que combinó la fuerza militar con una profunda devoción religiosa. Durante su reinado, Egipto recuperó la estabilidad perdida al final de la dinastía XVIII. Restableció fronteras, impulsó campañas de conquista, reabrió minas y canteras, y promovió la reconstrucción de templos antiguos. Su obra más majestuosa fue el Templo de Osiris en Abydos. En sus muros talló la célebre Lista de los Reyes de Abydos, una genealogía sagrada que legitimaba su linaje. Este templo, está considerado una de las joyas del arte egipcio y conserva todavía pigmentos originales. Abydos fue siempre un lugar sagrado: centro del culto a Osiris, dios de la resurrección, y destino de peregrinaciones funerarias. No es difícil comprender por qué Omm Seti lo sintió como “su casa”.
Una vida entre templos y jeroglíficos
En 1933, Dorothy se casó con Imam Abdel Meguid, un egipcio que había conocido en Londres en las clases de E. A. Wallis Budge. Se trasladó con él a El Cairo, donde nació su hijo, al que llamó Seti. A partir de ese momento quiso ser conocida como: Omm Seti, “madre de Seti”.
El matrimonio duró poco, pero su amor por Egipto la hizo quedarse en El Cairo donde fue la primera mujer contratada por el Departamento de Antigüedades Egipcias. Entró como empleada en el Museo Egipcio de El Cairo, y comenzó a trabajar con el prestigioso arqueólogo Selim Hassan, colaborando en las excavaciones de la meseta de Giza. Hassan reconoció el talento de Dorothy en su monumental obra Excavations at Giza, donde escribió una dedicatoria: “Expreso mi sincera gratitud a la señorita Eady por su excelente trabajo en el dibujo, la corrección y la preparación de los índices.”
También excavó en el oasis de Bahariya con Ahmed Fakhry, otro egiptólogo egipcio que la describiría como “meticulosa, incansable y sorprendentemente intuitiva”.
Hasta más de veinte años después de su llegada a Egipto no se trasladaría definitivamente a la que ella consideraba su verdadera casa: Abydos. Allí trabajó para el Departamento de Antigüedades Egipcias, catalogando relieves, dibujando inscripciones y guiando a investigadores. Vivía junto al templo en una casa sencilla de adobe, rodeada de gatos, manuscritos y flores. Los vecinos la respetaban y acudían a ella en busca de consejos. Los arqueólogos la consultaban por su conocimiento detallado del templo. Y los turistas, al escucharla hablar del faraón Seti como si lo conociera, se quedaban sin palabras. Era una figura extravagante, con sus jerseys sobre largas túnicas, collares de antiguas cuentas y amuletos, siempre descalza por el templo para no mancillar el terreno sagrado.
La figura de Omm Seti se volvió aún más enigmática por las coincidencias entre sus recuerdos y los hallazgos arqueológicos. Años antes de que se comenzara a excavar en esa zona, señaló el lugar donde —según ella— estaba el jardín del templo. Décadas después, los arqueólogos descubrieron allí restos de raíces y canales de riego y verificaron como cierta la intuición de Dorothy. Habló también de pasadizos subterráneos bajo el santuario, cuya existencia se confirmó parcialmente en estudios posteriores y de una gran biblioteca faraónica de la cuál aún no se ha localizado ningún vestigio.
En una ocasión, un inspector del Departamento de Antigüedades quiso ponerla a prueba. Le pidió que, a oscuras, identificara escenas esculpidas en muros del templo que no aparecían en ninguna publicación. Dorothy lo hizo sin error. Su conocimiento de Abydos era tan detallado que incluso los egiptólogos más escépticos no podían dejar de admirarla y reconocer su conocimiento excepcional del Egipto de los faraones. Las opiniones de sus contemporáneos fueron dispares, pero casi todos coincidieron en reconocer su seriedad profesional. Aunque para muchos eran delirios místicos, sus “recuerdos” tenían una coherencia interna sorprendente y, en ocasiones, coincidían con datos arqueológicos aún desconocidos. Klaus Baer, por ejemplo, del Oriental Institute de Chicago, escribió con una mezcla de respeto y humor que “Tenía visiones y adoraba a los antiguos dioses egipcios. Pero comprendía los métodos y los estándares de la investigación científica, lo que no suele ocurrir con los excéntricos.” Otro egiptólogo del mismo instituto, William Murnane, decía sobre ella que era un placer escucharla y que no se podía hacer otra cosa que tomarla en serio.
El ocaso en Abydos
Tras sufrir un infarto en 1972, Omm Seti vendió su casa y se mudó a una vivienda más modesta junto al templo donde recibía a curiosos, periodistas y estudiantes, siempre con un té, sus gatos y muchas sonrisas.
Falleció el 21 de abril de 1981. En su testamento pidió ser enterrada en el jardín de su casa, junto al templo, en una tumba que se hizo construir a la manera antigua. Pero las autoridades no le concedieron el permiso. A su muerte, ni los musulmanes ni los monjes coptos del monasterio cercano al templo consistieron en enterrarla en sus cementerios. La tumba de Omm Seti está a las afueras del monasterio ortodoxo, cerca de su templo de Osiris. Los aldeanos de Abydos la acompañaron hasta su tumba con oraciones silenciosas.
Desde entonces, su nombre se pronuncia con una mezcla de ternura y respeto: la inglesa que recordaba Egipto.
La eternidad según Omm Seti. Epílogo
Omm Seti dedicó su vida a traducir jeroglíficos, a conservar templos y a estudiar la historia de un pueblo que sentía como suyo. Siempre mantuvo su historia de reencarnación mientras trabajaba de manera metódica y coherente en sus jeroglíficos y relieves. Su existencia demuestra que el amor por el conocimiento puede ser tan poderoso como la fe en lo sobrenatural.
“El alma puede cambiar de forma —escribió una vez—, pero no de destino.”
Quizá su destino fuera volver a Abydos, al templo de Seti I, donde las piedras aún parece que susurran su nombre.
Esta entrada participa en la iniciativa de #polidivulgadores de @hypatiacafe del mes de octubre con el tema #PVdepelícula
Fuentes
Wikipedia “Dorothy Eady”
La Brújula Verde: “Dorothy Eady, la egiptóloga que creía ser una sacerdotisa de Isis reencarnada”Omm Sety – Priestess of Ancient Egypt?
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