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Descifrando jeroglíficos


Fue un mes de agosto de hace más de veinte años cuando decidí apuntarme a un curso de idiomas. Ya, ya sé que eso no es nada raro ni mucho menos, y que mucha gente dedica sus veranos a aprender o mejorar inglés, francés, euskera…la diferencia es que a mí me dio por estudiar una lengua muerta, bueno, se podría decir que muerta y momificada ya que, en vez de levantarme tarde, remolonear y después remojarme en la piscina, yo me iba a un curso de verano sobre lengua egipcia. El curso estaba organizado por el ayuntamiento de mi ciudad junto con el Instituto interuniversitario del próximo oriente antiguo de la Universidad de Barcelona y, la verdad, no recuerdo muy bien el porqué de organizar en Pamplona un curso así en agosto, pero ocurrió, nunca se volvió a repetir y yo estuve allí. A la gente de mi alrededor que eligiera ese plan no le sorprendió en absoluto ya que nunca he sido muy amiga de torrarme al sol en la piscina y sí en cambio de los faraones y los templos del Nilo. Así que durante quince días me levantaba con el fresquito y subía a la parte vieja con mis folios y mi lápiz preparados para aprender a escribir y leer jeroglíficos. ¡Porque mira que son bonitos y misteriosos los jeroglíficos! El arte del antiguo Egipto es todo un icono pop por sus imágenes atractivas y evocadoras. Las pirámides, la máscara de Tutankamón, los obeliscos o los jeroglíficos y la piedra de Rosetta aparecen por todo el mundo en láminas para enmarcar, ceniceros, bolígrafos, camisetas o bisutería. Casi cualquier persona es capaz de reconocerlas aunque no sepa nada sobre ellas, forman ya parte de la cultura visual universal.

De que el Antiguo Egipto se pusiera tan de moda la culpa la tuvo Napoleón Bonaparte. Hasta las campañas napoleónicas, en Europa solo se conocía el Egipto faraónico por las menciones de la Biblia en las que se hablaba de Moisés o por la información que nos había llegado de los textos de griegos y romanos. Cuando la expedición francesa llegó a orillas del Nilo encontraron todas las grandes construcciones antiguas decoradas con símbolos de gran belleza y expresión que eran indescifrables para ellos pero que fueron copiando con rigor e intentando traducir y comprenderlos. Entre los 167 sabios que acompañaron a las tropas de Napoleón en esta aventura había artistas y científicos de todas las disciplinas que, por lo que cuentan en sus crónicas, se sintieron muy impresionados por las maravillas que iban desenterrando de la arena. Aquellos símbolos de animales y objetos extraños eran claramente una escritura y Francia tenía que ser la nación que descubriera qué era lo que decían los muros de los templos antiguos. No en vano la expedición de Napoleón era una expedición “civilizadora” para desatar del yugo otomano a la milenaria nación egipcia. Bueno, para liberarlos y porque Bonaparte estaba obsesionado con Julio César y Alejandro Magno y quería imitar sus conquistas norteafricanas, eso también contaba.
                                                                                          Paleta de Narmer
El egipcio antiguo era una lengua afroasiática o camito-semítica, como el arameo, el sirio o el bereber. Las primeras inscripciones en egipcio arcaico datan del año 3400 A.C. y están escritas en jeroglíficos. Las nuevas necesidades administrativas y religiosas de los grandes asentamientos de las orillas del Nilo hicieron necesario que el lenguaje quedase grabado de manera permanente. Así aparecen jeroglíficos, por ejemplo, en la paleta de Narmer de la I Dinastía, datada alrededor del 3050 A.C. Allí se ve al rey dando una tunda al enemigo libio y otros dibujos simbólicos, y parece en jeroglífico el nombre de Narmer. Durante las siguientes dinastías, los jeroglíficos aparecían siempre allí donde, además de un valor comunicativo, se deseaba que el texto tuviera un carácter ceremonial y una estética que le aportara relevancia, dignidad y poder. Esta expresión escrita de la lengua egipcia alcanzó su punto álgido durante el Imperio medio (dinastías XI-XII, 2050-1750 A.C.). Los símbolos que aparecían tallados en piedra se mantenían constantes, como lengua ritual, pero los escritos comunes que se hacían en papiros o tablillas de arcilla estaban más vivos y evolucionaron hasta una simplificación una “cursiva” llamada hierático en la que encontramos textos científicos y literarios. Más tarde el hierático, en el periodo tardío (664-332 A.C.), evolucionó en la escritura demótica hasta que se adoptó el copto ya en época cristiana. Las tropas y los expedicionarios napoleónicos no fueron los primeros que sucumbieron al poder de seducción de los jeroglíficos. A Alejandro Magno la escritura faraónica le resultó grandiosa y monumental y tanto él como toda su dinastía, la Ptolemaica, mientras gobernaban Egipto usaron jeroglíficos de forma simbólica para las grandes construcciones y lo mantuvieron como lengua ceremonial. Eso sí, en el día a día se impuso el griego, aunque el atractivo de los jeroglíficos como elemento decorativo y simbólico permaneció hasta tiempos precristianos y los últimos que se grabaron en piedra fueron en el año 394 D.C., en época del emperador Adriano en el templo de File.

Y yo, que ya conocía esta historia me plantaba en mis clases ese agosto dispuesta a descifrar las claves que me abrirían la puerta al mundo faraónico como si fuera una Cleopatra ibérica y escuchando en mi cabeza la frase que Napoleón les dijo a sus soldados: “desde lo alto de estas pirámides cuarenta siglos os contemplan”. Con tantas ganas, las mañanas se me pasaban volando, tomando apuntes y haciendo dibujos de los distintos símbolos que acompañábamos con sus transcripciones fonéticas. Tres mudanzas y veintipico años después, los apuntes han aparecido en el mismo portafolios donde los guardé, como los templos bajo la arena del desierto, dispuestos a revelar de nuevo sus olvidados secretos. Repasándolos os puedo contar que el egipcio antiguo era una escritura en la que no se expresaban las vocales, que tenía ideogramas y también fonogramas que se combinaban entre sí para formar palabras que, normalmente, tenían tres consonantes. El primer truco que nos dieron para poder leer los jeroglíficos fue identificar hacia donde miran los seres vivos, esa será siempre la dirección para poder leer la escritura. Esto es bastante útil ya que se podía escribir de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y de arriba abajo y, si no te fijas en los picos de las aves o las cabezas de las figuras humanas, puedes armarte un buen lío. Una gran ventaja de los jeroglíficos es que en el mundo de las inscripciones en piedra no hay escribas con “letra de médico”, todo se entiende perfectamente porque está tallado siguiendo una cuadrícula en la que encajaban cada uno de los signos haciendo que todos tuvieran el mismo tamaño. En el caso de que aparecieran dos, estarán uno encima del otro, en el mismo cuadrado, ¡todo sea por la armonía y monumentalidad del conjunto! De todas maneras, nadie es infalible y a veces también se pueden encontrar faltas y signos que no concuerdan. Esto ocurría sobre todo en momentos de decadencia política o en templos menores. Es normal, los escultores no eran escribas y no entendían lo que estaban tallando, solo lo copiaban. Para que las faltas no ocurrieran con demasiada frecuencia y los dioses no se irritaran y mandasen de nuevo siete años de plagas los relieves estaban supervisados por un cuerpo de sacerdotes hierográmatas que velaban por la corrección.

Si aprender un idioma es abrir tu mente a una nueva manera de ver el mundo, en este caso ese mundo era bien diferente al actual. Si estamos acostumbrados a aprender lo primero a saludar y presentarnos en una nueva lengua, en el caso de la egipcia los ejercicios no iban por ahí. Las frases que traducíamos hablaban de papiros, reyes, esclavos y dioses… cosas como “el siervo está bajo el árbol con el pájaro”. Tampoco las notas que tomábamos eran las normales de las escuelas de idiomas. Nuestros cuadernos estaban poblados por ibis, patos, lechuzas, alimoches… revoloteando entre serpientes, flores de loto, cuerdas, cocodrilos y gentes sentadas de perfil que iban tomando significado al pasar días. En el grupo nos sentíamos como discípulas de Champollion, agradecidas porque su trabajo nos hubiera dado la oportunidad de descifrar esos viejos signos miles de años después de haber sido escritos.
Ejercicios
A Jean François Champollion se le conoce por haber sido el primero que logró descifrar los jeroglíficos en 1822. La clave estaba bien a la vista, en una piedra oscura de granodiorita en la que Ptolomeo V mando escribir un decreto en el año 196 A.C. en griego, demótico y jeroglífico. Griego, porque era la lengua que su dinastía había impuesto en la corte, demótico porque era la de uso popular y jeroglífico por ser la escritura tradicional de los faraones. Los soldados franceses la localizaron formando parte de una ampliación del fuerte de Rashid, en el delta del Nilo. Cuando el capitán Bouchard la vio mandó enseguida que se hicieran copias de los textos que aparecían en la piedra y así se encuentran en la página 52 del volumen V del Manuscritos sobre papiros, jeroglíficos e inscripciones de la gran obra de recopilación de saberes de la expedición científica la Descripción de Egipto. El hallazgo de la piedra, considerada la clave que serviría para traducir por fin los jeroglíficos pronto llegó a París donde Bonaparte, que había huido de África ante el avance inglés, anunció a bombo y platillo que pronto llegaría. Las tropas inglesas, sin embargo, frustraron estos planes. Seguían avanzando por Egipto y en marzo de 1801 sitiaron y obligaron a rendirse al general Menou que tenía el bloque bajo su custodia. El francés había intentado esconder la piedra entre sus pertenencias personales que iban a ser evacuadas a Francia, pero un bloque de 760 kilos, un metro doce centímetros de altura por casi 76 de ancho y 28 de grosor no pasa desapercibido fácilmente así que, a pesar de la resistencia del general, la piedra de Rosetta cayó en manos inglesas y fue trasladada a Londres donde aún permanece expuesta en el Museo británico.
Piedra de Rosetta
De poco sirve una clave si no se descifra. Y eso es lo que ocurría con la piedra de Rosetta. Ninguno de los tres textos estaba completo, pero quien los observaba podía apreciar que había similitudes, parecía que decían lo mismo. Con el texto griego no había problema, pero ni el demótico ni los jeroglíficos habían sido traducidos aún. Thomas Young, un sabio británico de curiosidad infinita, que lo mismo enseñaba física y estudiaba la teoría de la visión del color como estudiaba las lenguas antiguas, intentó traducir los textos. Young no solo trabajó en la transcripción de los jeroglíficos, sino que también estudio el texto en demótico consiguiendo traducir varias palabras, entre ellas los cartuchos, que eran las formas (una especie de bocadillos como los de los comics actuales) donde se escribían los nombres de los faraones. Jean Françoise Champollion y Young intercambiaron cartas sobre sus investigaciones, pero Young no avanzó más en sus estudios. Sin embargo, Champollion, mucho más tenaz, logró entender la dualidad de signos fonéticos e ideogramas de la lengua y consiguió realizar una tabla con un alfabeto jeroglífico que ayudaba a la traducción. Pero no era esa tabla exactamente la que nosotras usábamos aquel mes de agosto para nuestras clases. La traducción de Champollion fue el principio del estudio sistemático de los miles de textos antiguos que habían perdurado. Hay numerosas gramáticas de egipcio antiguo con ejercicios que se pueden encontrar en las librerías.
Los apuntes de la Cleopatra ibérica
A pesar de que los antiguos jeroglíficos se pueden leer y comprender desde hace casi 200 años aún siguen siendo tremendamente evocadores. Aunque tengamos las claves para descifrarlos mantienen el atractivo intacto. La piedra de Rosetta es uno de los objetos arqueológicos más identificables en la actualidad y su importancia para la historia es enorme. Gracias a que se pueden leer los jeroglíficos contamos con la información de miles de textos en piedra, papiro o arcilla que son fuentes directas de la vida de hace 4000 años. Conocemos sus creencias, sus leyes, los acontecimientos claves de sus gobernantes, cuando crecía el Nilo, cómo amaban, su economía, poesía, medicina o de embalsamamiento…toda una civilización es comprensible gracias a ella. En ciencia, se dice de algo que es una piedra de Rosetta cuando es clave para comprender un problema. Con el nombre de Rosetta se han bautizado programas para aprender idiomas, una sonda espacial que esperan revele el origen de nuestro sistema solar o un proyecto que quiere recopilar todas las lenguas en peligro para su conservación. Personalmente, le debo a esta piedra negra haber podido pasar unas lejanas mañanas de agosto absorta y fascinada intentando conseguir descifrar un pedazo del pasado.

Con este texto colaboro en la iniciativa #PVclaves de @Hypatiacafe

Fuentes


Descripción de l´Egipte 1994 Editorial Taschen


Apuntes de los cursos de verano del Ayuntamiento de Pamplona en colaboración con el Instituto interuniversitario del próximo oriente antiguo de la Universidad de Barcelona Iniciación a la lengua egipcia I y II , Pamplona, agosto de 1997

 

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