El agente de la unidad antiterrorista austríaca Cobra subió al helicóptero con el maletín esposado a su muñeca. El bulto era ligero. La pequeña figura que contenía estaba asegurada por una cama de espuma que la protegía de cualquier golpe. No es que el material del que estaba hecha fuera frágil, pero era necesario evitarle cualquier tipo de roce que pudiera dañarla. Antes de volver a Viena desde Sankt Pölten el helicóptero haría una escala en un pequeño pueblo de poco más de 150 habitantes. Cuando aterrizaron un numeroso grupo de gente curiosa y periodistas presenciaron la bajada del agente custodiando el maletín. Al militar, la responsabilidad le pesaba mil veces más que la valija por eso cuando la abrieron y las miradas expertas comprobaron que la pieza había llegado en perfectas condiciones sintió una sensación de levedad. Allí estaba, expuesta en una vitrina, de vuelta a la localidad donde la habían hallado cien años antes. En el pequeño expositor se presentaba la estatuilla de una mujercita rechoncha de piedra caliza de 11 centímetros de altura, con los bracitos descansando sobre los amplios pechos desnudos, una gran y regordeta barriga, amplias caderas y una cabecita redondeada y tocada por un gorrito de trenzas que parecía mirar hacia abajo. Todos los habitantes de Willendorf y algunas personas que se habían acercado para la ocasión, celebraron ese día una fiesta por su regreso y tuvieron la oportunidad de admirar la Venus antes de que volviera definitivamente al Museo de historia natural de Viena.
Cien años antes
Choque de egos
El descubrimiento de la Venus cambió la relación entre los tres investigadores. A pesar de que el acuerdo inicial era que Obermaier publicara los resultados, Stombathy propuso que la publicación la hicieran en nombre de los tres. Sin embargo, antes de que pudieran haber preparado ningún escrito, presentó la estatuilla en solitario en un congreso, rompiendo así los acuerdos con sus colaboradores y atribuyéndose el hallazgo. El clima de colaboración y las buenas relaciones habían quedado atrás. Pero los otros dos arqueólogos no iban a dejar que Stombathy se atribuyese todo el mérito sin pelear por lo que les correspondía. Obermaier intentó que se incluyera también sus aportaciones y su nombre en el descubrimiento, pero las autoridades del Instituto de paleontología humana de París le dijeron que era demasiado engorroso hacerlo. Los diarios originales de Obermaier, la fuente más completa de documentación de la campaña, nunca fueron cedidos al Museo de Viena por expresa negativa del profesor y desaparecieron.
En 1931, tras la muerte de Josef Bayer, Lotte Adametz, una de sus colegas quiso hacerle un homenaje y erigir un monumento en su honor. Cuando empezó a buscar financiación para la estatua en la zona de Wachau se encontró con que los posibles donantes aún recordaban la disputa por la autoría del descubrimiento. Para zanjar cualquier duda sobre el papel que había tenido Bayer en el hallazgo, se le ocurrió buscar a testigos que hubieran trabajado ese día en la excavación. Encontró a tres antiguos obreros de Willendorf que testificaron que ese día de los tres responsables de la campaña, solamente Bayer había aparecido por la excavación. El conflicto parecía resuelto y con un claro ganador. Parecía que la discípula iba a conseguir los fondos para honrar a su mentor pero una investigación posterior probó que ninguno de los obreros había trabajado el 7 de agosto de 1908. A pesar de que sus testimonios eran falsos, el tribunal no los acusó de perjurio ya que habían pasado más de veinte años y consideraron natural la confusión. Además, aunque el día del descubrimiento no habían estado trabajando, sí lo hicieron durante muchas otras jornadas en las que Bayer había sido el único responsable de la excavación por lo que el error era comprensible.
El conflicto entre los tres responsables por atribuirse el hallazgo no empañó el valor científico de la pieza ya que la excavación estuvo muy bien documentada y se ha podido trabajar con muchos datos y piezas bien contextualizadas. El estrato nº 9 donde se encontró la estatua ha aportado numerosa industria lítica gravetiense y la datación relativa con Carbono 14 nos dice que se podría fechar hace unos 25.000 años. La venus de Willendorf aún puede darnos sorpresas sobre su significado y sobre su origen. Un último estudio sobre la piedra arenisca oolítica de que está hecha parece indicar que proviene del norte de Italia o, quizás, de Ucrania, ya que ese tipo de roca no se encuentra en la zona del hallazgo.
Hoy, la venus está expuesta en el Museo de ciencias naturales de Viena, en un camarín especial. Su cuerpecillo amarillendo destaca, casi flotando, en las paredes pintadas de negro. Cuando la ves puedes entender mejor la lucha de sus descubridores para que sus apellidos acompañaran a la figura y se contagiaran así de su inmortalidad.
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