Una inmensidad blanca se extiende allí donde pongo los ojos. Da igual hacia donde mire, el manto de nieve lo ocupa todo y su claridad me quema las pupilas. Casi no puedo moverme cuando bajo de la moto de nieve, me cuesta andar y agacharme. El equipo necesario para no morir de frío en la Antártida no es la ropa más cómoda que he vestido, la verdad, pero sin él no sería posible sobrevivir aquí. Ya hemos llegado al lugar de perforación y el resto del equipo ya lo está preparando todo para volver a extraer nuevos testigos de hielo. Tienen algo hipnótico esos largos cilindros helados cuando los sacamos, un atractivo color blanquecino y azulado brillante que al acercarte más se ve que está compuesto por líneas, por vetas más claras u oscuras, cada una la capa de nieve compactada por año. Algunos de mis colegas estudian las composiciones minerales de los estratos del hielo fósil, otros las bacterias… yo, en cambio, libero lo que está cautivo. Mi tarea es estudiar lo más volátil, los gases cau