“Una buena planificación a largo plazo es vital si una sociedad pretende sobrevivir y florecer en lugar de desaparecer”
Jared Diamond, Collapse, p.523
En el cuarto piso de un alto edificio acristalado de Union Square en Nueva York hay un gran reloj digital que no da la hora como los demás. Los números de color rojo marcan la cuenta atrás de una fecha significativa para la humanidad: el momento en el que el planeta alcanzará el límite global de calentamiento de 1, 5º por encima de los tiempos preindustriales. Una temperatura que marca el punto en el que los efectos del cambio climático serán irreversibles y la reacción en cadena que comenzó en la revolución industrial al empezar a emitir gases de forma masiva a la atmósfera estará fuera de nuestro control. Millones de personas, entre ellas, miles de científicos trabajan todos los días buscando soluciones que impidan el desastre. Puedo imaginar su frustración cuando ven que sus recomendaciones hacia una vida más sostenible calan poco en la sociedad y otros problemas menos graves, pero más inmediatos para algunos, ocupan las agendas de políticos y los titulares de los informativos. A pesar de que llevan décadas alertando del peligro de continuar con el estilo de vida occidental todavía hay personas que dudan de que esta crisis sea consecuencia directa de la acción de la humanidad sobre el planeta. El cortoplacismo se ha adueñado de nuestra forma de vida y nos hemos olvidado de pensar en el futuro más allá de unos pocos años. No nos resulta muy difícil imaginar cómo les irá a nuestros hijos cuando tengan nuestra edad, pero ya no sabemos de qué manera ni en qué mundo vivirán los nietos de nuestros nietos. “¡Todo cambia tan deprisa!”, nos decimos. La actual crisis climática es consecuencia directa de las decisiones que tomaron las generaciones que nos precedieron y, aunque va a requerir esfuerzo y un profundo cambio de hábitos, aún tenemos tiempo de tomar las decisiones correctas para salvar el futuro de las generaciones que vendrán.
Es fundamental extender el pensamiento de que no podemos agotar recursos que no nos pertenecen porque se los estamos arrebatando a las generaciones futuras y estamos cambiando la vida de los hijos de los hijos de nuestros hijos que tendrán que vivir sin ellos. El concepto de buen antepasado fue formulado por Jonas Salk en enero de 1977 en su discurso de aceptación del Premio Jawaharlal Nerhu al Entendimiento Internacional en Nueva Delhi. Salk fue el investigador jefe del grupo que logró la primera vacuna efectiva contra la poliomielitis en la década de los años 50 del pasado siglo. En esos momentos, la polio enfermaba a más de medio millón de personas que morían o tenían graves parálisis como secuela. Cuando descubrió la vacuna no la patentó, como se hacía normalmente, dejó su fórmula libre para que cualquiera pudiera producirla. No le interesaba la reputación, la fama o el dinero si no las vidas que se podían salvar con ella. Para él, cada generación que habita el planeta ha heredado una riqueza incalculable de todas las generaciones anteriores y ser generosos con las futuras era una manera de agradecerles a los buenos antepasados anteriores su legado. Cómo lograr ser un buen antepasado constituyó el objetivo al que dedicó su vida. Para Salk, era la mejor manera de respetar a nuestros descendientes y, para poder hacerlo, es necesario cambiar nuestros horizontes temporales cortoplacistas de años, meses, semanas y días a otros más amplios que abarquen no solos décadas, si no también siglos e, incluso, milenios.
Tenemos ejemplos cercanos en el tiempo en los que no pensar en las generaciones futuras ha tenido consecuencias devastadoras. Uno de los casos paradigmáticos es el del pequeño estado de Nauru. Nauru es una diminuta isla en el Pacífico formada por arrecifes coralinos que, durante miles de años, se convirtió en parada de numerosas aves que disfrutaban de suculentos banquetes de moluscos. Con el tiempo, los excrementos de las aves se aglutinaron con el coral y se endurecieron dando lugar al suelo de la isla. Desde hace más de 2.000 años esta isla de 21 km cuadrados se encuentra poblada por seres humanos que vivían de la pesca y la caza y algunos recursos agrícolas. Todo transcurría en paz y armonía con la naturaleza hasta el año 1900 cuando los europeos descubrieron que el suelo de la isla era un enorme depósito de fosfato de calcio con un fuerte componente de flúor lo que hacía de esas rocas un poderoso fertilizante y convertía a estos territorios en estratégicos para quien los poseía.
A finales del siglo XIX la población mundial estaba creciendo y los alimentos se cultivaban lejos de las zonas pobladas por lo que los suelos no se beneficiaban del aporte de nitrógeno y otros nutrientes del estiércol producido al alimentar a los seres vivos. El ciclo de la materia orgánica no se cerraba y esto llevaba al agotamiento de las tierras de labor. Para paliarlo, las grandes potencias europeas emprendieron una costosa carrera por colonizar remotas islas en el Pacífico que les proveían de guano, excremento petrificado de aves marinas, focas o murciélagos muy rico en fósforo, potasio y nitrógeno y el mejor fertilizante conocido para lograr volver a tener suelos fértiles que produjeran cosechas abundantes. Con anterioridad a estos viajes colonizadores, el fertilizante más utilizado era el logrado después de triturar huesos. Para poder conseguirlos, llegaban a matar cantidades tremendas de animales pulverizando después sus osamentas o, incluso, robaban momias y vandalizaban osarios. Fritz Haber descubrió en 1918 cómo hacer un fertilizante que aportara al suelo nitrógeno asimilable por las plantas y cómo producirlo de forma industrial. Por medio de la reacción conocida como Haber-Bosch logró fabricar fertilizantes químicos que hicieron mejorar las cosechas y que millones de personas a partir de entonces pudiesen ser alimentadas.
Pero cuando los europeos llegaron a Nauru en 1900, el guano todavía era imprescindible para la agricultura así que la pequeña isla pasó de ser una roca sin interés ni importancia en medio del lejano océano a convertirse en un lugar codiciado por su riqueza. A pesar de que el uso de los fertilizantes químicos se extendió en las siguientes décadas, los fosfatos de Nauru se exportaban a buen precio. La isla fue pasando de mano en mano para su explotación hasta que en 1968 fue reconocida por las Naciones Unidas como república independiente y terminó el protectorado que en ese momento ejercía sobre ella Australia. Los nauruanos podían así ser dueños de su futuro y a partir de 1970 fueron ellos mismos quienes explotaron sus fosfatos. Los ingresos que producían los invirtieron en dotar a esta industria de la más avanzada tecnología para seguir con la extracción cada año de dos millones de toneladas de fosfato. El terreno que quedaba era una masa estéril de escombros y restos coralinos inhabitables. Sus habitantes sabían que estaban destruyendo su isla, pero no les importaba: ganaban tanto dinero que estaban elucubrando con emigrar en masa cuando terminaran con sus recursos y la isla fuera ya inhabitable.
En 1985, Nauru tenía el PIB más elevado del planeta, pero, a pesar de las grandes cantidades de dinero que ganaban, no tenían un plan de futuro para su país y solo reinvirtieron una ínfima parte de las ganancias en el relleno con hummus de la isla para renaturalizarla y mantenerla habitable. Intentando diversificar sus fuentes económicas en los años 90 convirtieron a Nauru en un paraíso fiscal que vendía pasaportes y servía como base a decenas de bancos que se ocupaban de blanqueo de dinero. La opacidad de las transacciones y el poco control gubernamental que se ejercía sobre ellas llamó la atención de los organismos reguladores internacionales que intervinieron rápidamente. Pero como las desgracias nunca vienen solas, en eso estaban cuando el fosfato al fin se agotó. La pequeña isla había perdido su fuente de ingresos y también su medio de vida ya que se enfrentaba a una crisis ecológica muy importante con un 90% de su territorio arrasado por la minería. Esta crisis se estaba agudizando por el cambio climático: las islas del Pacífico son especialmente sensibles al aumento del nivel de los océanos y también a los eventos climáticos extremos como las sequías. En 1997, en la Conferencia de Kioto, el presidente de Nauru, Kinza Clodumar se expresó así ante la ONU: "Estamos atrapados entre un erial en nuestro patio trasero y una aterradora subida de las aguas de proporciones bíblicas en nuestra fachada delantera". A todo esto, se le unió una crisis sanitaria y cultural. Los altos ingresos que habían logrado hasta ese momento hicieron que la población abandonara su forma de vida tradicional dejando de pescar y cultivar y con ella también su dieta y costumbres adoptando las occidentales. Esto les costó la salud, ya que en 2007 el 94% de los nauruanos tenían sobrepeso y la Federación Internacional de diabetes los señalaba como el país más afectado del mundo por esta dolencia, con un tercio de su población diabética.
Cuando quisieron volver a las formas tradicionales de subsistencia buscando mejorar su salud, se encontraron con que poca de su población, por no decir casi nadie, recordaba cómo era su vida tradicional antes de la explosión económica y su identidad cultural se había ido desdibujando y perdiendo.
La historia de Nauru es la historia de la cigarra que gasta a lo grande lo ganado sin preocuparse por el mañana. Es la historia de personas que solo piensan en un plazo muy corto y no en las generaciones que vendrán. Es un relato de cómo comportamientos no sostenibles ponen en peligro a toda una población y su futuro como sociedad. Seguro que los nauruanos de los años setenta pensaban que extraer lo máximo posible era lo mejor para ellos y sus hijos. No es que no se dieran cuenta de que llegaría un día que estos recursos se agotarían, pero estaban posponiendo la solución y delegando el problema a los que vendrían después cuando quizás no hubiera ya tiempo de reacción. En el contexto actual aún podemos reaccionar y tomar medidas para mitigar el calentamiento global e impedir que siga subiendo. Tenemos que elegir y estamos a tiempo de hacerlo ¿queremos un mundo insostenible o ser buenos antepasados?
Fuentes
Nauru, WikipediaGonzález, D. La tragedia de Nauru: la gran caída de un pequeño país. 2017 El orden mundial
Este post participa en #PVsostenible de @hypatiacafe
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