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Silveria Fañanás: una conversación imaginaria

-“Muchas gracias por permitirme tener con usted esta conversación, señora Silveria”. - “Faltaría más, moceta. No me cuesta nada y, además, Santiago está metido en el laboratorio y no va a salir en horas así que charlar contigo me mantendrá entretenida. Me has dicho que has venido a que te hable de mi vida, pero yo no soy importante, el importante es Santiago, ¡que tiene hasta un premio Nobel!” -“Sí, pero usted habrá tenido algo que ver en el asunto, seguro…” - “Bueno, algo hay, algo hay…pero el listo e instruido es él, yo apenas fui unos años a la escuela en Huesca. Allí es cuando lo conocí…” -“Y se enamoraron…” - “Quita, quita…¡que me iba yo a enamorar con lo bruto que era! Eso vino después. ¡Lo que tenía yo era miedo a que me desgraciara con una piedra! Nos tenía a todo el barrio atemorizado porque era un matón, siempre metido en líos, peleando con todos. Se liaba a pedradas a la mínima y se escondía a asustarnos cuando salíamos de la escuela.  A mí gracia no me hizo en ese momento,

La influencia de la máscara Fang

Fue en otoño de 1906 cuando mi existencia cambió. Las hojas caídas vestían de naranja las calles de París. Yo descansaba en el rincón de un anticuario, entre muebles de nogal con volutas redondeadas y jarrones chinos con pavos reales. Un óvalo vertical de madera, con un revoque de barro y pintado de blanco, con un corte vertical como boca y dos profundos agujeros como ojos. Diferente a los otros objetos, la simplificación más pura. Un grito ancestral escondido entre las demás pertenencias de un marqués venido a menos. Había salido de Gabón en manos de un comerciante portugués en el siglo XVII. Mi extraña apariencia no fue bien acogida en el palacio por doña Ana, su esposa, que me relegó a la zona más oscura del cuarto de maravillas junto a una extraña piedra con caracoles incrustados. Cuando hacían pasar a las visitas a aquella cámara todas se asombraban con la extraordinaria colección que aparecía en las vitrinas. Las aves exóticas disecadas hacían las delicias de las señoras mientras

Descubrimientos envenenados

L a historia de la química del siglo XX no puede separarse de la de la pareja formada por Fritz Haber y Clara Immerwahr . Ella, la primera mujer que se doctoró en esta disciplina en Alemania en 1900 y él, ganador del premio Nobel de Química en 1918 por su descubrimiento de los fertilizantes químicos. No obstante, la figura de Fritz Haber no es recordada tanto por ser “el hombre que sacaba pan del aire” como lo nombró la prensa de su época sino por haber sido el creador de las primeras armas químicas y del gas que se utilizó para el exterminio de los judíos en los campos de concentración nazis. Mientras, el recuerdo que nos queda de Clara, que se suicidó tras la batalla de Ypres, la primera en la que su marido dirigió un ataque con gas provocando la muerte masiva de los enemigos, es muy distinto ya que ha pasado a ser considerada un ejemplo de integridad y de la lucha contra el mal uso de la ciencia. La triste historia de esta pareja ya la relatamos en este post anterior . Ahora vamos

La memoria de nuestros recuerdos

  Él era profesor, igual que ella. Durante toda su vida había dado clases de lengua a adolescentes. Era un lector infatigable y podías pasarte horas escuchando cómo te contaba alguna de sus lecturas o sus últimas películas, siempre con un giro divertido y sorprendente. Era de una inteligencia vivaz y muy hábil socialmente, un magnífico conversador. Hace unos años, en una visita que les hice, me contó la misma historia dos veces en un mismo fin de semana. En ese momento no le di mayor importancia. Pasamos un año sin vernos, pero de vez en cuando recibía llamadas perdidas suyas al móvil. En alguna ocasión que pude coger el teléfono hablaba con él y me agradecía que le hubiera llamado, aunque no había sido yo quien lo había hecho. Su discurso era coherente e hilado por lo que lo achaqué a que la edad corría para todos y los dedos ya no estaban tan ágiles. Fue por aquel tiempo cuando coincidí con una amiga común y me dijo que acababa de ser diagnosticado de Alzheimer. Unos meses desp