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Silveria Fañanás: una conversación imaginaria


-“Muchas gracias por permitirme tener con usted esta conversación, señora Silveria”.
-“Faltaría más, moceta. No me cuesta nada y, además, Santiago está metido en el laboratorio y no va a salir en horas así que charlar contigo me mantendrá entretenida. Me has dicho que has venido a que te hable de mi vida, pero yo no soy importante, el importante es Santiago, ¡que tiene hasta un premio Nobel!”
-“Sí, pero usted habrá tenido algo que ver en el asunto, seguro…”
-“Bueno, algo hay, algo hay…pero el listo e instruido es él, yo apenas fui unos años a la escuela en Huesca. Allí es cuando lo conocí…”
-“Y se enamoraron…”
-“Quita, quita…¡que me iba yo a enamorar con lo bruto que era! Eso vino después. ¡Lo que tenía yo era miedo a que me desgraciara con una piedra! Nos tenía a todo el barrio atemorizado porque era un matón, siempre metido en líos, peleando con todos. Se liaba a pedradas a la mínima y se escondía a asustarnos cuando salíamos de la escuela. 
A mí gracia no me hizo en ese momento, pero por lo visto yo a él sí. Se marchó a estudiar a Zaragoza medicina, un poco obligado por su padre, porque a Santiago lo que le gustaba era la pintura. Terminó la carrera y de ahí lo llamaron a filas y se fue a Cuba. Volvió malo, el pobre, muy malo. Pero cuando se curó se puso a dar clases, a terminar su doctorado y sacó una plaza mal pagada de director de los Museos anatómicos de Zaragoza. También ayudaba a su padre en la consulta privada que tenían, pero no se llevaban muy bien. Para su padre había un camino y Santiago era un hijo díscolo que no quería seguirlo. No quería estudiar tanto como su padre le decía y había muchas desavenencias. Y estando en esa situación, nos reencontramos y ahí ya nos gustamos y nos casamos. Era 1879.”

-“Y entonces la familia se tranquilizaría ¿no? Ya tenían a Santiago asentado y casado, ya iba por el buen camino. Ya había sentado cabeza.”
-“¡Quia! ¡Nada de eso! A don Justo yo no le gustaba un pelo. Era poca cosa para su Santiago. Yo no había estudiado y para él, su hijo merecía una mujer educada e instruida, ¡sí ni siquiera vinieron a la boda! El único que vino fue su hermano. Nosotros nos queríamos y él decidió que daba igual lo que pensara su familia que nos teníamos que casar, y así fue. Yo tenía 25 años y Santiago 27. Él ganaba solo unos 30 duros en aquel momento así que era claro que yo no me casaba por dinero pero él tampoco, y yo no tenía ni hacienda ni ingresos significativos desde que murió mi padre. Todos pensaban que yo iba a ser una mala influencia, pero mira que parece que no fue así. Le cuidé y su salud mejoró a ojos vista y le apoyé en su trabajo. Se puso a estudiar y en dos años estábamos en Valencia donde había ganado una cátedra en la Universidad. Allí es donde inventamos nuestras placas fotográficas…¡y ganamos dinero para que pudiera seguir investigando!”
- “¿Placas fotográficas? Santiago Ramón y Cajal inventó placas fotográficas?”
-“No, señorita, no fue Santiago, fuimos los dos. Él era el que tenía estudios eso sí, pero las placas las inventamos entre los dos y era yo quien se encargaba de fabricarlas haciendo las emulsiones y todo. A Santiago siempre le había gustado la fotografía y le servía para hacer sus investigaciones con tejidos biológicos, pero las placas que usaba eran carísimas. Mire usted, si algo he tenido yo claro en esta familia es que los gastos había que tenerlos bajo control ¡cómo si no íbamos a poder alimentar a nuestros siete hijos! Mucho estudio y mucha universidad, pero el dinero siempre fue escaso en esos años.
No podía dejar que Santiago no investigara por falta de dinero, por eso él experimentó con unas placas de plata seca en su laboratorio y yo le ayudaba, hasta que conseguimos unas placas baratas y buenas y así él ya no tenía que comprar las caras. A mí se me ocurrió que podíamos usar el granero de la casa para montar un estudio y hacer más placas para vender. Ya teníamos dos hijos y había que alimentarse, así que, yo me encargaba de hacer las placas en el estudio y de venderlas a los fotógrafos. Hicimos unas fotografías en una corrida de toros y las mostramos y se corrió la voz de la calidad de nuestras placas. Mientras yo me dedicaba a la fotografía él podía seguir investigando. Había veces que me llamaba al laboratorio para que le ayudase con las placas y descubríamos cosas juntos, como hacer fotos pequeñísimas, por ejemplo, microfilm lo llaman ahora. Santiago ponía la ciencia y yo el trabajo. Con lo que sabíamos, él escribió tratados de fotografía que se vendían bastante bien. Con esos libros y con otros que escribió de medicina también hicimos negocio.”
-“¿Se los pedían mucho de las librerías? ¿Tenían demanda?”
-“No, no los vendíamos en las librerías. Si los vendías en las librerías había que dejarlos en depósito, te quitaban un porcentaje de las ventas muy alto y solo te pagaban cuando estaban ya todos vendidos. Le propuse a Santiago dar de alta a nuestro hijo como librero para así mandar los libros directamente a los compradores y eso es lo que hemos hecho siempre. ¡Quizás yo no era una dama culta, pero a apañada no me gana nadie!”
-“Je, je. Ahora entiendo lo que he leído por ahí, Doña Silveria, una frase de alguien que dijo que “la mitad de Cajal es su mujer”
-“En esta casa cada cuál tiene su sitio. El de Santiago es el laboratorio, investigar y descubrir más cosas del cerebro y el mío es la casa, cuidar a nuestros siete hijos y velar porque él pudiera trabajar en paz en todo momento. Como cuando tuve que quitarme de comprarnos ropas nuevas para ahorrar el dinero que necesitaba para ir al Congreso de la Sociedad anatómica alemana en Berlín. Todo el mundo me miraba con un poco de desprecio por no vestir a la moda y ser tan modesta. Para la gente pasaba por descuidada, pero yo tenía un plan. Sabía que era importante para Santiago ir a Berlín y conseguí el dinero para que fuera, lo demás es historia. Allí aceptaron su teoría de las neuronas y empezó a ser conocido en el extranjero. Gracias a ese viaje años después le dieron el Nobel.”
-“Y a partir de ahí ya no tuvieron problemas económicos.”
-“No, a partir de ese momento la aportación del Nobel nos permite vivir con tranquilidad, pero seguimos trabajando y yo sigo controlando los gastos, que este hombre es un poco caprichoso y de vez en cuando le da por gastarse un dineral en cacharros. El otro día mismo se gastó más de 10.000 pesetas en un telescopio ¡Habrase visto tamaño dislate! Más vale que ahora nos lo podemos permitir, pero si esto lo hace muchas veces no sé qué herencia les va a quedar a los hijos…”
 
La conversación la interrumpió un golpe terrible de tos de Doña Silveria tras el que se encontró muy cansada y no pudimos reanudar nuestra charla. Murió unos meses más tarde, en agosto de 1930 por tuberculosis.
 
Silveria fue una mujer fuerte, consciente del lugar que le daba la sociedad, que renunció al reconocimiento de su trabajo como pionera de la fotografía y ayudante de laboratorio a favor de su marido. Santiago Ramón y Cajal en sus numerosos escritos siempre la nombra como ayuda imprescindible y necesaria sin la cual él no hubiera llegado tan lejos en sus estudios e investigaciones. A pesar de su escasa formación y de la dureza de su carácter, o gracias a esto último, Silveria aportó el equilibrio necesario en la familia y el apoyo suficiente para que la carrera de Ramón y Cajal  fuera exitosa.

Este post colabora con la iniciativa de #polidivulgadores @cafehypatia #PVmujerciencia24

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