Él era profesor, igual que ella. Durante toda su vida había dado clases de lengua a adolescentes. Era un lector infatigable y podías pasarte horas escuchando cómo te contaba alguna de sus lecturas o sus últimas películas, siempre con un giro divertido y sorprendente. Era de una inteligencia vivaz y muy hábil socialmente, un magnífico conversador. Hace unos años, en una visita que les hice, me contó la misma historia dos veces en un mismo fin de semana. En ese momento no le di mayor importancia. Pasamos un año sin vernos, pero de vez en cuando recibía llamadas perdidas suyas al móvil. En alguna ocasión que pude coger el teléfono hablaba con él y me agradecía que le hubiera llamado, aunque no había sido yo quien lo había hecho. Su discurso era coherente e hilado por lo que lo achaqué a que la edad corría para todos y los dedos ya no estaban tan ágiles. Fue por aquel tiempo cuando coincidí con una amiga común y me dijo que acababa de ser diagnosticado de Alzheimer. Unos meses desp