Cuando cocinamos es muy frecuente derramar líquidos y limpiarlos. Pasar la bayeta por una superficie mojada y llevarse el líquido en ella es una acción cotidiana que realizamos sin pensar en qué está sucediendo. Pues bien, no podríamos limpiar el agua que se nos ha caído si no fuera por dos propiedades muy interesantes que tiene, la adhesión y la cohesión y por una capacidad de los líquidos llamada capilaridad.
Las moléculas de agua tienen una polaridad muy elevada, por el lado del oxígeno son negativas y por el del hidrógeno positivas. Esto hace que se atraigan entre unas moléculas de agua y otras, a esta propiedad se le llama cohesión y el agua la tiene muy elevada. Pero además de unirse entre sus propias moléculas, también lo hace con otras distintas a ella por la propiedad de adhesión. Por eso el agua se pega tan fácilmente a todo y moja.
Las propiedades de cohesión y adhesión del agua hacen que las moléculas se adhieran a las paredes de minúsculos tubos (capilares) que posee la bayeta y ascienden en contra de la gravedad. En este proceso, además, atraen a las moléculas de agua vecinas por lo que, con solo poner un trapo encima vemos muchas veces como el agua se absorbe sola por la bayeta. Este proceso ocurrirá hasta que la masa sea lo suficientemente grande como para que la fuerza de la gravedad sea más potente que las fuerzas unidas de la adhesión y la cohesión. Esto tiene bastante que ver con otra característica de los fluidos que es la tensión superficial de la que hablamos en este otro post.
Este mismo fenómeno es que que permite que las plantas absorban el agua por las raíces, que el café suba por los terrones de azúcar aunque solo toquen una esquina, que las toallas sequen, que las paredes se nos llenen de humedades o que podamos emborrachar un bizcocho solo poniéndolo sobre una base de licor rebajado.
Parecía inocente la bayeta, y esconde sus misterios :-)
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