Muchas personas a lo largo de la historia han aspirado a dejar huella en un deseo de buscar la perdurabilidad, de conseguir la inmortalidad. Lo intentan a través de sus obras, pero también de sus hechos, que quedan como vestigios para el recuerdo y que contarán sus sucesores.
Una huella es una señal que deja un ser humano o un animal y que recuerda su presencia. Las personas con conocimientos de zoología pueden descubrir a través de los rastros y huellas la presencia de especies que son esquivas. Observándolos con detalle y conocimiento algunos de estos rastros como las egagrópilas pueden llegar a saber cuál es su dieta, siguiendo las huellas pueden descubrir las madrigueras y los refugios. Las huellas y los rastros parecen hechos para ser seguidos por alguien con alma de detective y actitud cabezota y perseverante que quiera tirar del hilo hasta desenredar la madeja del conocimiento que hay al final. En Historia y Arqueología abunda ese perfil de personas. Hacen excavaciones minuciosas para localizar y estudiar los vestigios de las civilizaciones perdidas, desenterrando sarcófagos egipcios, monedas medievales o huesos en fosas de la Guerra Civil. La mayor parte de lo encontrado son objetos materiales, fabricados por la mano humana pero, ¿sabemos qué le gustaba hacer a la momia que estaba dentro de ese sarcófago o al comerciante que usó esa moneda? Las costumbres, los usos y los comportamientos no suelen dejar vestigios arqueológicos directos y lo que conocemos de la vida diaria de nuestros antepasados contado por ellos lo sabemos porque lo dejaron escrito o plasmado gráficamente de alguna forma. Aunque sean palabras salidas de sus propias plumas, nosotras lo interpretamos según los conocimientos que tenemos de ese momento histórico concreto pasados por el filtro de nuestro bagaje cultural personal. El registro fósil parece otra cosa, quizás que sea piedra nos da seguridad de veracidad, es la evidencia hecha roca. Pero ¿y si te dijera que una costumbre tan cotidiana como dar un paseo puede dejar registro fósil? Pues sí, lo puede dejar.
Durante el Pleistoceno, hace aproximadamente 3,7 millones de años, tres Australopìtecus afarensis caminaron juntos por Laetoli, en la actual Tanzania. Pisaban sobre la oscura ceniza de un volcán cercano que rugía a lo lejos. La fina lluvia que cayó tras su paseo convirtió la ceniza en toba volcánica y la endureció. Después, otras capas de cenizas más finas y blandas cubrieron las huellas ya convertidas en piedra. Nadie recordaría ese paseo si no fuera porque en 1978 la antropóloga británica Mary Leakey, que estaba trabajando en ese yacimiento, localizando huellas de mamíferos y otros animales sintió como ese camino de huellas que su equipo había catalogado como “de oso” tenían características que le recordaban a las huellas humanas. Se trataba de 27 metros de pisadas en las que se podían distinguir tres tamaños diferentes. Las huellas del caminante más pequeño aparecían en varias ocasiones dentro de las huellas más grandes, justo como cuando caminamos en la nieve con los niños y nos siguen los pasos pisando encima. ¿Es el registro fósil de un juego? Podría ser. Las huellas pertenecían sin duda a homínidos bípedos, no hay rastro de manos que acompañen la marcha y el dedo pulgar no tiene rasgos de ser móvil como el de los primates. Además, estas pisadas presentan arco, como las que nuestros pies de humanos modernos dejan en la arena de la playa.
El estudio de la caminata de Laetoli dió un paso de gigante en el año 2023 cuando Javier Ruiz, de la Universidad complutense y un equipo de investigadores integrados entre otros por Juan Luis Arsuaga, se propusieron estudiar con más detalle las huellas utilizando un modelo digital de alta resolución. En su estudio, pudieron descubrir que los tres individuos caminaban a la vez. También que el más grande era verdaderamente gigante para ser un Australopithecus con su metro setenta de altura y los otros dos, más menudos, podrían ser un individuo joven y, quizás la más pequeña, una hembra, ya que existía gran dimorfismo sexual en esta especie. Hicieron mediciones de la distancia entre los pasos y hasta determinaron la velocidad a la que caminaban. También que lo hacían juntos y a la vez, a una velocidad semejante a la que llevamos los humanos modernos cuando paseamos.
Estas huellas pleistocénicas se han convertido en el vestigio fósil de una costumbre que compartimos con nuestras especies antepasadas. Desplazarnos en grupo, con un objetivo común al que llegar. No puedo encontrar una imagen que simbolice mejor el camino de la humanidad que estas huellas de Laetoli.
Esta entrada colabora en la iniciativa de @hypatiacafe de noviembre 2024 #PVsímbolos
Fuente
Javier Ruiz et al. “The speed and displacement of the Laetoli Site G track-maker hominins”, Ichnos
El descubrimiento sobre las huellas de Laetoli en 2023 me parece fascinante, no solo por lo que revela acerca de nuestros ancestros, sino por cómo conecta su vida cotidiana con la nuestra. El hecho de que estos tres individuos caminaran juntos, posiblemente en familia o en algún tipo de comunidad, refleja una realidad que seguimos viviendo hoy: el ser humano se desplaza en grupo, con un propósito compartido. Que además hayan podido determinar detalles tan precisos, como la altura del individuo más grande, la velocidad a la que caminaban y hasta sus diferencias físicas por el dimorfismo sexual, da una nueva dimensión a estas huellas. Las convierte en algo más que restos fósiles, sino en una prueba tangible de nuestras raíces y de lo poco que ha cambiado en cuanto a la naturaleza de nuestra convivencia y cooperación.
ResponderEliminarMe conmueve pensar que estas huellas, de más de tres millones de años, simbolizan no solo un momento específico del pasado, sino una imagen atemporal del camino que recorremos como especie.
Me gustó mucho. Un abrazo y feliz fin de semana