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Ya no está aquí

Paco era profesor, igual que Maite. Durante toda su vida habían dado clases de lengua a adolescentes en distintos institutos de su ciudad. A ambos les gustaba viajar y hablaban cinco idiomas. Habían pasado largas estancias en el extranjero y fue en una de ellas cuando los conocí. Teníamos largas charlas y disfrutaba mucho con las historias de Paco. Era un lector infatigable y también le gustaba mucho el cine y podías pasarte horas escuchando cómo te contaba alguna de sus lecturas o sus últimas películas, siempre con un giro divertido y sorprendente. Tenía mucho sentido del humor y le encantaba contar historietas imitando las voces de sus protagonistas. Era de una inteligencia vivaz y muy hábil socialmente, un magnífico conversador.

Hace unos años, en una visita que les hice, me contó la misma historia dos veces en el transcurso de un mismo fin de semana. En ese momento no le di mayor importancia. Siempre habíamos tenido algunas anécdotas que nos encantaba que nos repitiera y esta era una de ellas. Me reí con ganas la primera vez que me la contó y aún con más ganas la segunda. Pasaba con fluidez de un idioma a otro según el personaje al que le pusiera voz y los imitaba con acentos y gestos, era realmente divertido escucharle. 

Pasamos un año sin vernos, pero de vez en cuando recibía llamadas perdidas suyas al móvil. En alguna ocasión que pude coger el teléfono cuando me llamaba hablaba con él me agradecía que yo le hubiera llamado, aunque había sido él quien lo había hecho. Su discurso era coherente e hilado por lo que lo achaqué a que la edad corría para todos y los dedos ya no estaban tan ágiles. Fue por aquel tiempo cuando coincidí con una amiga común y me dijo que hacía poco Maite le había dicho que Paco acababa de ser diagnosticado de Alzheimer. Según me contó poco después Maite, él podía bajar a por el pan o el periódico sin problema solo porque las tiendas estaban muy cerca y en la misma acera, pero cualquier otro recado no quería hacerlo sin acompañamiento y se enfadaba mucho y llegaba a empujarle con violencia algunas veces. Me decía que cada pocos días tenía que enseñarle a leer de nuevo las horas porque no comprendía ya bien los relojes. 

 Unos seis meses más tarde me acerqué a visitarlos y salimos a cenar. Conversamos alegremente como solíamos hacer. Me preguntó por mis hijos, por cada uno de ellos, recordando sus nombres y anécdotas vividas y por un momento parecía que el tiempo había vuelto a dos años atrás, que todo estaba bien. Pero enseguida me señaló su alianza diciéndome que era nueva. Me extrañó y miré a Maite: "Es la tercera que compro en cuatro meses" Paco se las quitaba y las perdía, se ponía nervioso y quería recuperarlas y Maite se las reponía. Más tarde esa misma noche, Paco intentó contarme una historia pero, cuando ya no recordaba cómo seguía, hábilmente le pidió a Maite que lo hiciera por él "porque ella lo contaba mejor", nos dijo.

La cuarentena hizo que cayera en picado y que los olvidos fueran más frecuentes e intensos. Empezó también a perder el equilibrio y en una de sus pocas salidas se cayó y se fracturó la pierna. A partir de ahí su cabeza se fue alejando cada vez más de la realidad y empezó a costarle reconocer a personas y pronto le costaba hablar.

Hace poco tiempo estuvimos viéndolo unas amigas, todas acudimos de distintas ciudades lejanas para verle a él y a Maite. Sabíamos que igual no nos reconocería o que podía ponerse violento o demasiado nervioso. Fuimos con Maite al centro en el que vive. Primero acudió ella, para poder estar un rato los dos tranquilos subrayando libros que es lo que más le gusta ahora. Sigue siendo aquel lector voraz, aunque ya no sabe qué lee, pero le gusta hacerlo despacito y en voz alta. Cuando nos vio se puso muy contento y nos abrazó con emoción. Empezó a hablar con una verborrea rápida e ininteligible de palabras en castellano, catalán, francés e italiano. Eran frases gramaticalmente correctas, pero sin ningún significado, palabras colocadas sin ton ni son. ¡Se le veía tan contento que lo entendíamos todo, aunque él no pudiera expresarlo! En un momento dado nos lanzó a Maite y a mí unas frases que se me quedaron grabadas y que las dos comprendimos perfectamente: "Esto más. Así muy bien. Yo no puedo, tú si, Maite" Entendimos que el Paco de antes aún estaba allí de alguna manera y nos estaba diciendo que teníamos que volver a juntarnos, que él no podía juntarnos, pero Maite sí podía convocarnos para volver a verlo. 

Desde esta última visita han pasado ya cinco meses. La próxima vez que podamos acercarnos a verle será diferente. Él, probablemente, ya no estará aquí.



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