Esta es la historia de un niño despierto, alegre y divertido, un niño absolutamente normal. Toda su infancia fue normal, como la de los demás niños. Aprendió a caminar y a hablar y leer con soltura cuando le tocaba, jugaba y se divertía con su familia y con otros niños, era un niño absolutamente normal. Cuando llegó a la adolescencia algo empezó a no ir como debía y sintió que perdía oído. Además, una inflamación en la lengua le impedía artícular correctamente las palabras y sus padres decidieron llevarle al médico para ver qué podía estar ocurriéndole. Tras varias visitas a otros tantos especialistas, algunas pruebas y mucha incertidumbre tuvieron el diagnóstico de una enfermedad degenerativa incurable. Antes de los 25 años perdíó el oido completamente y al poco tiempo también perdió la vista. Su equilibrio fallaba y ya no podía ir andando solo a ningún sitio. El mundo exterior se había convertido para él en algo innaccesible.
Poco a poco, su familia empezó a escribirle en la mano las cosas que querían decirle. No pasó mucho tiempo para cuando este lenguaje se volvió su forma de comunicarse: ellos escribían sobre su mano y él les contestaba hablando. Al principio todos podíamos comprender lo que nos decía pero después sus músculos fueron perdiendo firmeza y sus palabras solo eran comprensibles por quienes convivían con él. Las demás personas, cuando lo visitábamos, nos sentábamos a su lado y le cogíamos la mano y le escribíamos. Él nos reconocía por el olor de nuestra colonía o por los anillos, pulseras o relojes que llevábamos. Nunca se olvidaba de nuestros cumpleaños y hacía que su madre nos llamase por teléfono para que él pudiera felicitarnos.
A pesar de no poder moverse, ni ver, ni oir, hacía planes, daba opiniones...todos nos acordamos cuando le contamos qué era wassap, o cuando le contábamos que se podían grabar vídeos solo con el móvil y mandarlos a otros teléfonos, ¡le parecía increíble!
Aunque había dificultades, la comunicación con él era fluída, gracias a que antes del desarrollo de la enfermedad sabía leer, escribir y había podido hablar. Al escribir en su mano una palabra evocaba la imagen en su mente y la recordaba. Pero hubo que ponerle un movil de pantalla táctil en la mano para que lo palpara porque no se imaginaba cómo podían ser los teléfonos sin teclas. Si no tenía el recuerdo de algo, tenía que tocarlo para construir su imagen. Nunca perdió la capacidad de imaginar, de aprender y de intercambiar pensamientos con los demás. El lenguaje ordenaba su mundo, lo articulaba. Siempre encontraba la palabra exacta para expresar lo que sentía o a qué se estaba refiriendo.
Supongo que habría sido distinto si la enfermedad lo hubiera pillado de más pequeño, sin haber desarrollado las capacidades lingüisticas, si hubiera nacido sordo ciego. O como en el caso de los niños con síndrome de hospitalismo que debido a la poca estimulación que recibían en las instituciones en las que se les había abandonado acababan por no desarrollar del todo sus capacidades cognitivas convirtiendose en personas con discapacidad intelectual. Sin el aprendizaje de un lenguaje sus pensamientos dificilmente podrían ser simbólicos, dificilmente podrían elaborar planes complejos y transmitirlos.
Sin lenguaje articulado (y este no tiene por qué ser verbal, pueden ser signos) los animales podemos percibir el mundo que nos rodea y reaccionar a él. Sentir las sensaciones y las emociones pero no anticiparnos a ellas ni pensar en las de los demás. Gracias al lenguaje podemos sentir lo que sienten las demás personas, planificar, imaginar y crear. Sin un lenguaje complejo podemos transmitir información muy básica, como seguro que ocurría entre los Homo habilis, pero no conseguiremos pensar en aquello que no vemos o no conocemos.
Gracias al lenguaje, mi primo, este chico que no podía ver ni oir, se comunicó con toda su familia hasta sus últimos días. Se divertía, planificaba cuándo quería irse a pasar temporadas al pueblo y cuando quería que le fueramos a visitar. Murió hace 4 años, con 39, y aún hoy echo de menos nuestras conversaciones. Nos enseñó que el deseo de compartir los pensamientos con los demás es uno de los más poderosos que puede sentir el ser humano.
Cascajose Arroyo, Pedro josé; De los quarks a la última extinción. Xunta de Galicia
Mariño, Xurxo El misterio de la mente simbólica. 2018 EMSE EDAPP
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