Esta es la historia de un chico normal. Tan normal como cualquiera. Un pequeño que jugaba, corría, se reía ruidosamente y protestaba y lloraba moqueando cuando se enfadaba con los demás niños. Aprendió a hablar cuando le tocaba, a leer cuando debía, a decir “no” y “sí” como si fueran llaves para abrir el mundo, a tomar decisiones buscando su sitio. Tenía amigos en la escuela, en el pueblo, disfrutaba como cualquier otro chaval…todo normal, hasta que dejó de oír. Fue sutil, casi traicionero, ocurrió en la adolescencia. A l principio pensaron que eran tapones, alguna inflamación leve por un catarro reciente, p ero la cosa no mejoraba tras la medicación. Pensábamos que “pasaba de todo”, al fin y al cabo era un adolescente y esta edad no se caracteriza por hacer demasiado caso a sus mayores. Pero después vino la lengua, que empezó a enredarse con sus propias palabras, porque estaba más grande y más torpe. Los sonidos ya no le llegaban claros, y él ya no podía articularlos como hacía antes....
Siendo sincera consigo misma, María pensó que no necesitaba otros zapatos. Volvió a mirar el cuero marrón y la sencillez de sus formas y notó que empezaba a sentirse arrepentida por la compra. En el zapatero de su casa había varios pares y, aunque ninguno era nuevo del todo, tenía que admitir que aún estaban en buen uso. “No ha sido solo por la caja. No me he comprado unos zapatos solo por una caja de cartón, ¡qué tontería!”-se dijo. Pero en el fondo sabía que se engañaba y que su compra estaba motivada por la C. Necesitaba una segunda caja para la C. Llevaba varios años pidiendo a familiares y amigos que le guardaran sus cajas de zapatos y ya tenía las 27 que le habían hecho falta hasta entonces, pero quería una más. Hacía tiempo que ya nadie le traía ninguna y la necesidad la apremiaba. Tenía las cajas apiladas en cinco montones, cada una con una letra, colocadas por orden alfabético, en un rincón del salón. Así era fácil moverlas y abrirlas cuando tenía que incluir una nueva ficha y...